Regina volvió a mencionar la palabra "divorcio".
El gesto de Gabriel se volvió serio. Clavó la mirada en ella, oscura e indescifrable.
Ella le sostuvo la mirada, esperando su respuesta.
Pasaron cinco, quizás diez segundos, antes de que él respondiera con un seco:
—Está bien.
Regina sonrió.
—¿Entonces sí aceptas el divorcio?
Gabriel se mordió la lengua, su disgusto era obvio.
—Voy a poner un límite. De ahora en adelante.
Ella asintió.
—Más te vale no estarme mintiendo, porque si lo haces, te juro que te pido el divorcio en ese mismo instante.
Dicho esto, se levantó de la mesa.
Gabriel pagó la cuenta y la llevó de regreso a su trabajo en la Plaza Dorada.
Regina dejó las flores en el carro. Subió con cuatro cafés y cuatro rebanadas de pastel.
En cuanto Verónica la vio entrar, la interceptó.
—A ver, cuéntamelo todo. ¿Desde cuándo estás casada?
Las otras dos compañeras habían salido a comer y aún no regresaban, así que en la tienda solo estaba Verónica.
Le pasó uno de los vasos y confesó si