—Fue mi culpa.
Justo en ese momento, la puerta del salón privado se abrió desde afuera.
Un mesero entró cargando un enorme ramo de rosas y Regina vio cómo se lo entregaba a Gabriel.
Él se lo ofreció a ella.
Regina se mordió el labio.
—¿Fue idea de Mónica?
—No, fue de Alan.
Gabriel no le quitaba los ojos de encima, estudiando su reacción.
—Me dijo que a las mujeres suelen gustarles las flores, y yo solo quería que estuvieras contenta.
Alan era el asistente personal de Gabriel.
Regina sabía que a él jamás se le habría ocurrido por sí solo tener un detalle como ese.
—¿Alguna vez le regalaste flores a Mónica?
—No.
Gabriel no era ingenuo y reaccionó rápido, añadiendo:
—Es la primera vez que le regalo flores a una mujer.
Al escuchar que era la primera vez, el semblante de Regina por fin se suavizó un poco. Aceptó el ramo y bajó la cabeza para oler las flores.
—Si te gustan, te mando uno todos los días.
Regina levantó la vista hacia él. Era más que obvio que intentaba contentarla.
Tenía toda