Hizo un gesto de desacuerdo, sonriendo.
—Para nada, ¿cómo me voy a cansar arreglando mi propia casa?
Con orgullo, añadió:
—Instalé un lavavajillas para no tener que lavar platos, compré un horno para poder hacer pasteles y galletitas, un esterilizador, una cafetera, una amasadora… Son cosas esenciales que le dan un toque especial a la vida.
Mientras hablaba, le pasó un plato a Gabriel para que lo llevara a la mesa. Ella fue a servir la cena.
Mientras él comía, Regina llevó su maleta a la habitación y sacó toda la ropa para colgarla en el clóset. Después, se sentó en el sofá a ver la televisión, esperando a que terminara de cenar para recoger los platos.
—Yo lo hago.
—Puedes usar el lavavajillas.
Metió los platos y la olla en el aparato. No lo había usado en los días que estuvo sola, y a esas horas de la noche no tenía ganas de moverse. Era la primera vez que lo ponía a funcionar. Cuando la máquina arrancó, se volteó hacia él.
—¿Ves qué práctico?
Él la observó, notando la sonrisa que il