Alicia regresó a casa tarareando una cancioncita y, al ver a su esposo sentado en la sala mirando el celular, se sorprendió.
—¿Qué haces aquí?
Javier dejó el celular a un lado y tomó un sorbo de la taza de té que tenía enfrente.
—No tenía nada que hacer en la tarde, así que vine a dormir un rato.
Alicia sabía que su esposo había enlazado varios viajes de negocios a distintos países justo después de sus vacaciones y que apenas había podido descansar. Sintió mucha ternura, dejó su bolso en la entrada y se acercó para masajearle las sienes.
Había aprendido la técnica de un profesional, y Javier, disfrutando del cuidado, entrecerró los ojos.
—Andas de muy buen humor hoy. ¿Ganaste?
—No, de hecho perdí un poco.
—Solo cantas cuando estás de buenas, y ya tenía mucho que no te oía.
Desde que su hijo había provocado aquel escándalo, Alicia apenas sonreía en casa. Se la pasaba lamentándose, maldiciendo a Maximiliano y con los ojos enrojecidos de tanto extrañar a su hija. El ambiente también había