—¡Bienvenida!
En cuanto Alicia cruzó la puerta, una empleada con un elegante vestido de diseñador se le acercó y le preguntó con amabilidad:
—Señora, ¿quiere que le muestre algo en especial?
—No, gracias. Solo estoy viendo.
Regina estaba en medio de la tienda, explicándole a una clienta las características de varios modelos de vestidos. Al escuchar aquella voz tan familiar, se volteó y, al ver a su madre, exclamó:
—¡Mamá!
Alicia le hizo un gesto con la mano para que no se preocupara y fue a sentarse en un sofá cercano.
Cuando Regina despidió a la clienta, se acercó a ella.
—Mamá, ¿qué haces aquí?
—¿Te interrumpo?
—No, para nada. Entre semana casi no viene nadie.
Regina le sirvió un té con unas galletas y se sentó a su lado.
Observó a su hija, que lucía un vestido de la tienda y se veía absolutamente radiante. Luego, recordó a la empleada que la había recibido y se dio cuenta de que su hija seguramente hacía lo mismo con otras personas todos los días. La idea le provocó tristeza y se le