A Regina le rugieron las tripas.
El sonido resonó en el silencio del departamento. Se sintió terriblemente apenada y se apartó un poco de Sebastián, a punto de disculparse, pero él se le adelantó.
—Solo tengo sopa instantánea, ¿quieres?
Nunca cocinaba en casa; normalmente pedía comida a domicilio, pero a esa hora y con ese clima, el repartidor tardaría una eternidad en llegar.
Regina asintió. Sacó dos vasos de sopa instantánea y les puso agua caliente de la tetera.
Se sentaron uno frente al otro a comer. Sebastián incluso tenía salchichas y unas botanas picantes que compartió con ella.
A Regina, la comida le supo a gloria.
Cuando terminaron, Sebastián se encargó de tirar todo a la basura. Revisó la hora en su celular. Casi las diez de la noche.
—Deja que te lleve a tu casa.
—Está lloviendo demasiado. Es peligroso manejar así.
Sebastián miró por la ventana. Afuera, todo era oscuridad, rota solo por el destello violento de los relámpagos y el resplandor borroso de las farolas. La lluvia