El silencio de la cueva ya no era un enemigo, a pesar de estar en las peores condiciones, no se sentía amargada o triste o rencorosa
Por primera vez desde hace meses, Lyra dormía sin pesadillas. El frío ya no la perturbaba, el sonido del agua goteando en las paredes de tierra y piedra se había convertido en una melodía constante que la arrullaba cada noche. Sentía la paz extraña de quien ha soltado el rencor, como si algo dentro de ella hubiera decidido dejar de luchar contra un enemigo invisible.
Aun así, sus sentidos seguían atentos. El olor a humedad, a tierra y a sangre vieja seguía allí, recordándole dónde estaba. Pero ya no la oprimía.
Cuando despertó, escuchó risas y pasos torpes viniendo desde la entrada lateral de la cueva.
—¿Lyra? —una vocecita temblorosa resonó entre las sombras.
—Aquí —respondió ella, incorporándose lentamente.
Connor apareció primero, con su cabello negro en desorden y los ojos carmesí brillando con curiosidad. Detrás de él venían Rebekah y otros tres niñ