El aire olía a humedad y piedra vieja. Lyra despertó lentamente, sintiendo cómo su cuerpo se hundía en una manta áspera y fría. Todo estaba borroso. Su respiración era corta, cada inhalación le quemaba el pecho como si el aire fuera demasiado denso. Intentó mover el brazo, pero un punzante dolor la obligó a soltar un gemido. La pierna le ardía, un fuego interno que no podía apagar.
—¿Dó… dónde…? —murmuró, pero su voz fue apenas un susurro.
Un pequeño movimiento frente a ella la hizo abrir los ojos con dificultad.
Era un niño, pálido, de cabello oscuro, no logro ver su rostro, era confuso, aún veía algo borroso y oscuro. La observaba con miedo, pero también con curiosidad. En sus manos sostenía un trozo de fruta.
—Toma… —le dijo con voz temblorosa, extendiéndosela.
Lyra trató de incorporarse, pero el movimiento le arrancó un gemido ahogado. Su brazo no le respondía, y su pierna vibró de dolor.
El niño se asustó. Dio un paso atrás, soltó la fruta y salió corriendo con la loba que se e