El eco de los pasos resonaba en el salón principal de la manada, firme y constante, como si cada golpe sobre la piedra marcara la urgencia que pesaba sobre Ragnar. La noticia del mensajero golpeado se había esparcido entre los guerreros y miembros de la manada, a voces silenciosas todos sabían que uno de los suyos había sido atacado, desde entonces Ragnar había redoblado la vigilancia. Nadie entraba ni salía sin su permiso, y los límites de la manada parecían ahora una muralla invisible sostenida por el acero de los lobos que patrullaban día y noche.
Lyra lo acompañaba en silencio. Desde que había logrado controlar a su loba dorada, Ragnar había decidido que ella misma debía mantenerse en los límites para apoyar a la guardia. No solo porque su presencia infundía respeto, sino porque aquella fuerza nueva era un recordatorio de que la manada tenía más que armas y guerreros, tenía a la Luna ancestral dispuesta a proteger a los suyos, una que había acabado con el mismísimo Rey vampiro, l