La pequeña habitación de la clínica estaba en la oscuridad. Solo la tenue luz de la lámpara sobre la cabecera iluminaba el rostro pálido de Ava, que descansaba profundamente después de haber recibido la medicina preparada con la flor de Lune. Elia, agotada tras horas de preocupación, llanto y aburrimiento por estar en el mismo lugar, finalmente se había quedado dormida en una colcha improvisada en una esquina. Su respiración era tranquila, el cabello enmarañado caía sobre su rostro, y Jennek no pudo evitar detenerse a contemplarla. Aquella imagen le estremecía el corazón, Elia también tenía sus momentos difíciles, era tan pequeña y siempre cuidaba de su hermana gemela, llevaba ya un peso que ninguna niña debería llevar.
Suspiró y se levantó con suavidad para acercarse a la cama de Ava. Se inclinó hacia ella y acarició su frente. El color de su piel había mejorado, y la respiración ya no era tan irregular. Esa señal despertó una chispa de esperanza en su pecho, una que hacía mucho ti