El salón de reuniones estaba casi vacío, iluminado solo por la luz de una lámpara que colgaba del techo. Ragnar, Nolan y Dean estaban reunidos frente a la mesa central, el mapa extendido una vez más, con marcas y anotaciones en tinta roja.
Dean se apoyó en una silla, girándola con desgano.
—Entonces… ¿esto es todo? —preguntó con su tono relajado habitual—. ¿De verdad creen que Bertulf no intentará hacer algo más sucio de lo normal?
—Lo intentará —respondió Nolan sin levantar la vista—, pero no podrá. Hemos cubierto todas sus posibles jugadas. Si quiere romper las reglas, tendrá que hacerlo frente a todos los testigos del consejo, y eso lo destruiría políticamente.
Dean resopló.
—Bertulf no es exactamente alguien que tema las reglas.
—No —dijo Ragnar, con voz baja y firme—, pero sí teme perder. Y eso es justo lo que va a hacer.
Hubo un silencio breve. Ragnar observó el mapa una última vez y luego lo enrolló con calma.
—Todo está listo. Mañana salimos al amanecer.
Nolan lo miró con