El sol se filtraba a través de las ramas, lanzando haces dorados que se mezclaban con el tenue brillo de las tiendas improvisadas de los vampiros. A pesar de los días de convivencia, el ambiente seguía siendo tenso. Algunos lobos que custodiaban los límites apenas cruzaban palabra con los recién llegados. Pero Lyra, como siempre, encontraba la manera de tender puentes donde otros solo veían muros.
Se movía entre ellos con una calma que desarmaba, explicando cómo funcionaba la manada, cómo se organizaban los turnos, las reglas básicas de convivencia y el respeto por el territorio. Los vampiros, silenciosos y reservados, la escuchaban con atención. Había aprendido sus nombres, sus gestos, incluso a distinguir entre sus tonos de voz, aunque fueran más fríos y controlados.
—No tienen que preocuparse por los límites —dijo Lyra con una sonrisa amable—. Mientras no crucen hacia el corazón de la manada, todo estará bien. Y si necesitan algo, pueden enviarme un mensaje con uno de los guardias.