El viento del norte soplaba con fuerza, helando la piel y levantando nubes de nieve en polvo que pasaban alrededor del grupo. Lyra caminaba al frente, con el abrigo que los vampiros le habían conseguido, la mirada fija al frente, en el cielo que poco a poco empezaba a teñirse con los tonos plateados de las murallas de la manada Norte. A su lado, Ragnar marchaba en silencio, con los músculos tensos y el olor del bosque aún impregnado en su piel. Detrás, los seis vampiros se movían con la naturalidad de cazadores, sigilosos y atentos. Sus pasos eran ligeros, apenas marcaban huella sobre la nieve.
Elijah iba al centro, vigilando, asegurándose de que ninguno de los suyos se separara demasiado. Habían dejado rastros en el camino, marcas invisibles para ojos humanos o lobos, señales que solo un vampiro podría leer. Aquello era su forma de asegurarse el regreso.
Lyra miró hacia atrás varias veces, con una mezcla de emoción y preocupación. Habían pasado un par de horas desde que dejó la cueva