Qué sensación tan maravillosa. Restriego la nariz y la boca por sus pectorales y le acaricio la espalda con los dedos. Oigo sus lentos latidos. Exhala y se pone de pie. Me coloca sobre la encimera de la isla y se coloca entre mis muslos con las manos apoyadas sobre ellos.
—Me gusta tu camisa —dice al tiempo que me frota las piernas.
—¿Es cara? —pregunto con sorna.
—Mucho —sonríe. Ha captado mis intenciones—. ¿Qué recuerdas de anoche? Vaya. Pues que estaba como una cuba y más caliente que una mona sobre la pista de baile y que creo que me di cuenta de que estaba enamorada de él. Pero no es necesario que sepa esto último.
—Que bailas muy bien —decido responder.
—No puedo evitarlo. Me encanta Justin Timberlake —dice restándole importancia—. ¿Qué más recuerdas?
—¿Por? —pregunto extrañada.
Suspira.
—¿Hasta cuándo recuerdas?
¿Adónde quiere ir a parar?
—No recuerdo llegar a casa, si es eso lo que quieres saber. Sé que estaba muy borracha y que fui una estúpida bebiéndome esa