Muevo un poco las caderas para darle a entender que estoy bien y, tras mi invitación, empieza a retirarse con lentitud hasta que estoy segura de que va a salir, pero entonces, poco a poco, comienza a hundirse de nuevo hasta la parte más profunda de mi ser, y entra y sale, y entra y sale.
—Hummm... —gimo con un largo suspiro.
—Me encanta el sexo soñoliento contigo —exhala.
Las acometidas, medidas y deliberadas, me están haciendo perder el control, así que empiezo a levantar las caderas para recibir sus penetraciones, dejo que él entre más en mí y yo me excito todavía más. Es una sensación extraordinaria. No voy a aguantar mucho tiempo si sigue así.
—¿Te gusta, Addison? —pregunta en voz baja. Sabe que sí.
Su mirada sigue clavada en la mía; me sorprende ver que soy capaz de mantener ese nivel de intimidad.
Me resulta natural, y no me siento ni incómoda, ni violenta, ni angustiada. Es como si estuviésemos predestinados a estar así. Qué tontería.
—Sí —suspiro.
—¿Más ra