Me envuelve con sus brazos y me acerca más a su cuerpo.
—¿Cómo ha ido el día?
—Fatal. Quiero ir al Paraíso.
Se ríe y me besa la parte superior de la cabeza.
—Yo estoy en el paraíso siempre que estoy contigo. No necesito una villa.
—Allí estabas más relajado. —Las cosas, como son. Sé que estar de vuelta en la ciudad hará que mi neurótico controlador vuelva poco a poco a aflorar.
—Ahora estoy relajado.
—Sí, porque estoy sentada en tu regazo y me estás cubriendo con el cuerpo —respondo con sarcasmo, y me gano un pequeño pellizco en el hueco sobre la cadera. Me río y me giro sobre sus piernas de cara al escritorio—. ¿Qué tal tu día?
Desliza las manos alrededor de mi vientre, apoya la barbilla en mi hombro e inhala profundamente en mi cabello. Refunfuña y hace un gesto de desdén con la mano.
—Largo. ¿Cómo están mis cacahuetes?
—Bien. —De repente me fijo en su cuaderno de notas—. ¿Qué hace el nombre de mi primo escrito ahí? —Estiro la mano para tomarlo, pero soy demasiado lenta. Al instante