De haber tenido cordero en la boca, me habría atragantado, pero en lugar de hacerlo empiezo a desternillarme de risa.
—¿Qué? —digo entre carcajadas.
No me lo repite. Me guiña un ojo y yo me enamoro de él un poco más.
—Cómete la cena, nena.
Miro mi plato con una sonrisa y empiezo a comer de nuevo, totalmente satisfecha a pesar de que no he tenido ningún orgasmo.
Sigo bullendo ligeramente, pero no me importa.
—¿Qué vamos a hacer mañana? —pregunto.
—Bueno, pues no sé tú, pero yo voy a darme un atracón.
—¿Vas a tenerme encerrada en el Paraíso todo el fin de semana? —No me importa, pero estaría bien ir a dar un paseo, o a cenar.
—No iba a hacerlo, pero puedo poner cerrojos. —Se mete el tenedor en la boca y empieza a masticar un trozo de pimiento relleno lentamente mientras me mira con las cejas enarcadas. Le estoy dando ideas.
No le contesto. Amplío mi sonrisa burlona, plena de felicidad, y sigo intentando terminar de cenar.
—Joder, adoro esa puta sonrisa. Mírame.
Mi sonrisa ya no es socar