—Cero, nena —termino por él, y dejo escapar un alarido de complacencia cuando me carga sobre su hombro con convicción pero con cuidado y me traslada a la habitación.
Me río con ganas cuando me suelta sobre la cama con demasiada precisión, me cubre con su cuerpo y me aparta el pelo de la cara.
—Señorita, ¿cuándo vas a aprender? —pregunta. Me toma de la nuca y me levanta la cabeza hasta que rozo su nariz.
—Nunca —admito.
Me sonríe con esa sonrisa reservada sólo para mí.
—Eso espero. Bésame.
—¿Y si no lo hago? —pregunto. Sé que lo haré. Y él también lo sabe.
Se inclina y apoya la punta del dedo en el hueco sobre el hueso de mi cadera. Contengo la respiración.
—Los dos sabemos que vas a besarme, Addison. —Me hace cosquillas con los labios en los míos—. No perdamos el tiempo con tonterías cuando podría estar perdiendo el sentido contigo. Bésame ya.
Mi lengua se desliza entre mis labios, roza su labio inferior y empiezo a provocarlo dándole pequeños lametones hasta que cede y también libera