—Parece que soy más listo que mi preciosa mujer —dice tomándome de los tobillos.
—¡Serás arrogante!
—No, sólo digo la verdad. Verás, yo me había dado cuenta de que me estaba enamorando de ti mucho antes de aquello.
Hago un mohín.
—¿Y eso te hace ser más listo que yo?
—En efecto. Mientras tú huías de mí, yo me pasaba el día frustrado. Pensaba que estabas mal de la cabeza —sonríe tímidamente— porque no te sometías a mí.
—A diferencia de las demás...
Imagino que el rechazo debía de resultarle muy frustrante a un hombre que siempre hacía lo que quería sin que nadie le pusiera ninguna pega. Asiente y yo suspiro.
—Era sólo porque sabía que ibas a hacerme daño. Aunque no te conocía, era obvio que... —hago una pausa— tenías experiencia.
Iba a decir que era un mujeriego, pero no es la palabra exacta. Las mujeres caen rendidas a sus pies, se le ofrecen, se lo ponen fácil. No le hacía falta perseguirlas. Hasta que me conoció a mí.
Asciende por mis espinillas con la punta de los dedos y sigue el