—¿Te encuentras bien? —le pregunto.
No me esperaba que reaccionara así. Le tiemblan los labios y me mira con sus ojazos oscuros. Se pone en pie de un salto y me toma en brazos. Doy un grito de sorpresa.
—Pero ¿qué te pasa?
Entra en el dormitorio y me deposita, con demasiada delicadeza, en la cama. Me arranca la toalla y se coloca entre mis piernas, con la cabeza sobre mi vientre. Me mira con la mayor expresión de felicidad que he visto nunca. Los ojos le brillan como soles. Tiene el pelo mojado y no hay ni rastro de la arruga de la frente ni del labio mordido.
¿Cómo he podido tener dudas sobre mi embarazo cuando Nick está así de relajado? Es como si le hubiera dado la vida. Eso es lo que he hecho, creo. O él me la ha dado a mí. No importa: mi marido es un hombre feliz, y ahora que he tomado una decisión veo las cosas claras. Muy, muy claras. Le sobra amor para dar y vender. Este hombre arrebatador, este ex donjuán, será un padre magnífico, aunque un tanto sobreprotector.
No sólo le he