Le suelto la mandíbula y doy un paso atrás.
—¿Querías atraparme?
—Sí —responde, agachando de nuevo la cabeza.
—Porque sabías que saldría corriendo en cuanto descubriera a qué te dedicabas y lo de tu problema con la bebida.
—Sí. —Se niega a mirarme.
—Pero cuando descubrí lo del Hotel y el problema con el alcohol volví y, aun así, seguiste robándome las píldoras.
Este hombre no tiene ni pies ni cabeza.
—No sabías nada de mi pasado.
—Ahora lo sé.
—Lo sé.
—¡Deja de decir que lo sabes! —chillo agitando los brazos delante de él. Estoy perdiendo el control otra vez.
Levanta un poco la vista pero no me mira. Mira a la habitación, a todas partes menos a mí. Está avergonzado.
—¿Qué quieres que diga? —pregunta en voz baja.
No lo sé, así que me meto en el vestidor. Llevo casada un día con este hombre y voy a dejarlo, no sé qué otra cosa hacer. Tomo unos vaqueros viejos y me los pongo de un tirón.
—¿Qué estás haciendo? —Está aterrorizado, como imaginaba. Jamás lidiar