Doy un respingo y salpico agua por todas partes. Me encantaría que me echara un polvo de entrar en razón, pero ni aun así voy a dar mi brazo a torcer.
—También prometiste dejar de echarme polvos de entrar en razón porque acordamos que su único propósito era que yo te diera siempre la razón. —Empiezo a arrepentirme de esa promesa. El polvo de entrar en razón implicaba sexo duro.
—Amar, respetar y obedecer —susurra, y mi cara se gira sola al oír esa voz grave, suave y ronca. Mi boca no tarda en encontrar la suya—. Es razonable, ¿no?
—No —suspiro—. Casi nada de lo que me pides es razonable.
—Pero que tú y yo estemos juntos sí que tiene sentido. —Me consume con la boca—. Dime que tiene sentido.
—Lo tiene.
—Buena chica. Ponte derecha para que pueda enjabonarte. —Se aleja de mi boca y me siento abandonada. Me empuja lejos de él—. Vamos a desayunar con tu familia y luego te llevaré a casa, ¿trato hecho?
—Trato hecho.
Me muero de ganas de irme a casa, aunque no tengo ninguna gan