—Tenemos que seguir con eso la semana que viene —dice Nick señalando a la ampliación del pasillo abovedado. Y ahora entiendo por qué—. ¿Lista? —pregunta.
Se gira hacia mí y sé que está observando si miro la doble puerta que da al salón comunitario. Sus ojos atraen los míos como si fueran imanes. Y lo son. Y su mirada verde y profunda me atraviesa. Sabe que todo lo relacionado con este lugar hace que me sienta tremendamente incómoda. ¿Cómo no iba a saberlo? Se lo he dejado bastante claro, pero no parece molestarle que encuentre su establecimiento sórdido y oscuro. No lo ofende. Es como si aprobara mi reacción y mi aversión.
Se acerca a mí, sin interrumpir el contacto visual, hasta que estamos frente a frente.
—Sientes curiosidad —murmura.
—Sí —confieso sin vacilar—. Así es.
—No tienes por qué sentirte tan inquieta. Estaré contigo y te guiaré. Si quieres marcharte, dilo y nos iremos.
Para mi sorpresa, su intento de infundirme seguridad está funcionando. Me aprieta la ma