—¿Al hospital? —espeta, azorado—. No necesito ningún hospital, Addison.
—Tu mano, sí —le aclaro. Probablemente crea que quiero ingresarlo en una clínica de desintoxicación.
Al ver a lo que me refería, levanta la mano y se la inspecciona. La sangre ha desaparecido, pero sigue teniendo mal aspecto.
—Está bien —gruñe.
—Yo creo que no —protesto con ternura.
—Addison, no necesito ir al hospital.
—Pues no vayas. —Doy media vuelta y me dirijo a la habitación.
Él me sigue, se sienta a los pies de la cama y observa cómo desaparezco en el inmenso vestidor.
Rebusco entre su ropa y tomo un pantalón de chándal gris y una camiseta blanca. Necesita estar cómodo. Saco unos bóxeres de la cómoda y, al volver al cuarto, me lo encuentro tirado de nuevo sobre la cama. Subir la escalera y darse un baño lo han dejado molido. Me resulta difícil imaginar lo que debe de ser sufrir una resaca de semejante magnitud.
—Ponte esto. —Dejo la ropa en la cama a su lado, él se gira para inspeccionar l