Mierda, eso digo yo. Aprieto los labios por temor a echarme a reír y hacerlo enfadar aún más.
—Ay, no. Me va a tener un mes castigada —susurro para que sólo Nina pueda oírme. Mi amiga escupe a diestro y siniestro al intentar contener la risa, y yo no consigo reprimir la mía.
Estamos las dos sentadas en el suelo del bar como un par de hienas borrachas. La cara de Nick se pone más roja a cada segundo que pasa. Nina se ríe todavía más. ¿Por qué mi chico no puede mirarme con cara de desaprobación en vez de quedarse ahí plantado como si fuera a entrar en combustión espontánea? Tampoco voy tan mal. Mi ubicación actual es sólo cortesía de la delincuente de mi mejor amiga, que me lleva por el mal camino.
Un portero con la cabeza rapada se acerca a nosotros. Tiene cara de malo. Doy un codazo a Nina para indicarle que van a echarnos del bar.
—Nina, si no nos dejan entrar más para comer, tendré que darme a la bebida. —Me encanta el sándwich de beicon, lechuga y tomate del Ba