CAPÍTULO 1. FUGITIVA

Iñaki negó con la cabeza.

—No creo tener tan mala suerte —dijo mientras buscaban huir,  corrió hacia la salida de emergencia, entre algunos asistentes.

Giró en varias ocasiones buscando a Jacob, pero no lo encontró. Un par de disparos, se escucharon del interior del antro, por lo que tuvo que seguir corriendo, buscando su camaro deportivo.

Estaba a unos metros del auto, para llegar, cuando de la nada un vehículo salió con rapidez, estando a punto de arrollarlo. Iñaki se lanzó hacia un lado para evitar aquel impacto, entonces el feroz Bugatti divo, se detuvo.

—Lo lamento, no te vi. —La joven asomó el rostro por la ventanilla.

Iñaki, molesto se acercó a ella.

—Si no te han enseñado a conducir, no deberías hacerlo —sentenció con hostilidad.

La joven volvió a tallar sus ojos, intentando enfocar su mirada en él.

—No estoy para sermones —dijo tocando su sien con sus dos manos—. Estamos en peligro.

Iñaki se acercó a ella y se dio cuenta que no estaba bien.

—Cambiate de lugar —ordenó abriendo su puerta.

Al sentir como la empujaba, se movió de asiento con algo de torpeza.

—¡Auch! —se quejó luego de golpearse con el toldo del vehículo.

La mirada del joven, recorrió sus firmes muslos, sacudió su rostro, enseguida acomodó el asiento del conductor y tomó el control del Bugatti. Desde el espejo retrovisor distinguió que varios hombres sosteniendo armas, se acercaban.

Luego de salir con rapidez, giró brevemente su mirada hacia la joven, se percató que tenía los ojos cerrados.

—¿Estás bien? —preguntó, mientras tomaba una intersección y salió a la carretera.

—No, no me siento bien —respondió.

El joven se estacionó sobre el acotamiento y la observó.

—¿Qué hago contigo? —preguntó. —¿A dónde te llevo? —se cuestionó al darse cuenta del estado en el que se encontraba. — ¡Maldición! —exclamó. En ese momento la escuchó quejarse, y percibió cómo su cuerpo se sacudió..

— ¡Ayúdame! —Antonella suplicó sin poder dejar de sentir aquel temblor, además que una fina capa de sudor perlaba su frente; entonces la chica se arqueó.

El joven se movilizó y la auxilió como pudo para evitar un desastre en el interior de su auto.

Movió su cabeza en señal que no estaba de acuerdo con lo que estaba pensando hacer, siendo que no le gustaba llevar a nadie a su residencia.

— ¡Rayos! —Golpeó con sus manos el volante. —¿Por qué tenía que meterme donde no me llaman? —cuestionó y presionó con fuerza sus párpados.

****

Sicilia,Italia.

Lisandro Bianchi, se encontraba sentando en su lujosa silla de cuero, esperando noticias, observó desde el ventanal, como limpiaban el lugar donde se había ofrecido la fallida fiesta.

—Bebe esto, tío —Sabina le entregó una copa de coñac.

El hombre salió de sus pensamientos y observó a su sobrina.

—Gracias, hija.

—Por nada, sabes que siempre vas a contar con mi apoyo. —Acarició la mano de Lisandro y se sentó a su lado.

—Debiste ser mi hija —refirió besando su frente.

La joven esbozó una amplia sonrisa.

—Si lo fuera, jamás te decepcionaría. Siempre te hubiera obedecido. —La chica tomó la mano en donde llevaba un anillo de oro, en señal de que era la máxima cabeza de la organización y lo besó—. Me apena tanto que mi prima no sea capaz de valorar todo lo que haces. Ser el mejor implica muchos sacrificios. —Suspiró profundo.

El hombre dibujó una escueta sonrisa. 

—Me alegra saber que tú, sí lo valoras —contestó—. Más adelante, buscaré que también tú quedes bien protegida y que mantengan el mismo nivel de vida que te he dado, desde que tu padre murió—. Primero tengo que velar por Antonella.

Sabina arrugó el ceño, al tener que ser siempre la segunda, en la vida del hombre que tenía gran poder en el país y en muchos otros lugares.

Uno de sus hombres de confianza ingresó.

—¿Qué noticias me tienen? —Lisandro preguntó.

—La encontramos en un antro

—comunicó y acercó su móvil, para que viera el video que circulaba de ella bailando.

—¡No puede ser! —gruñó furioso—. Manda a desaparecerlos —Lisandro ordenó—. Dile a tu gente que si no me dan resultados y vuelven con Antonella, se den por muertos —refunfuñó.

****

San Vito Lo Capo, Palermo-Italia.

Iñaki condujo por más de tres horas; avisó que iba en otro auto, para que los dejaran acceder con rapidez. Recorrió la lujosa sala con ella en brazos y la llevó hasta su habitación. Dudó en colocarla sobre su cama, ya que jamás había dormido con alguien en su alcoba, pero sabía que no podía dejarla sola en su estado.

Luego de acomodarla, observó las finas facciones de su rostro. Su perfil era perfecto con aquella naríz respingada, su piel blanca, parecía de porcelana. Además de su larga cabellera castaña.

Se dio cuenta que cuando devolvió el estómago en el auto, se manchó un poco la falda del vestido, por lo que se vio obligado a retirárselo. Sin poder evitarlo vio más de lo que deseaba, al quedar desnuda del torso, porque no usaba sostén. 

Tomó una frazada para cubrirla; entonces su vista llegó hasta el bikini de encaje negro que usaba. Pasó saliva con dificultad, sintiendo su cuerpo reaccionar, le retiró las botas y se giró, para salir de ahí, entonces sintió los dedos de ella rodeando su muñeca.

—No me dejes sola —solicitó—, no puedo controlar el temblor en mi cuerpo, me siento extraña —explicó.

Iñaki se quedó pensativo unos segundos.

—Por favor —ella suplicó.

El joven tomó asiento a su lado, destapó una botella de agua.

—Bebe esto —ordenó.

Antonella hizo caso, sujetó el brazo del joven y cerró sus ojos, intentando dormir. 

Después de unos minutos él se puso de pie.

—Dije que no te fueras —la joven espetó.

Iñaki bufó.

—A pesar que no estás en tu mejor momento, eres mandona —recalcó—. Te advierto que no voy a permanecer sentado toda la noche —manifestó—. Si me quedo aquí, me voy a acostar.

Con rapidez comenzó a desvestirse, retirando el saco y luego el chaleco del costoso traje en color gris oxford, además de la fina camisa en color blanco. Se puso un short y se recostó a su lado, cubriéndose con el edredón.

 Abrió los ojos sorprendido al sentir como el rostro de ella se acomodaba sobre su pecho; además que su mano se dirigió a su larga cabellera rizada; entonces, dos de sus dedos comenzaron a enroscar un mechón.

—Tienes problemas con las manos —gruñó—. Te gusta tocar, sin pedir permiso. —De inmediato él la retiró y apagó la luz.

En horas más tarde, ella comenzó a inquietarse, algunas lágrimas escurrieron a través de sus párpados. Al escuchar algunos sollozos, Iñaki encendió la lámpara de la mesa de noche y tomó un pañuelo desechable.

—Tranquila —murmuró y acarició algunas hebras de su sedosa cabellera, logrando que volviera a dormir. Extendió sus brazos y la estrechó entre ellos, sintiendo un estremecimiento ante la tibieza del desnudo cuerpo de aquella joven, que captó toda su atención, desde que la observó bailar.  —¿Quién serás? —cuestionó con curiosidad. Acomodando su rostro en el hueco de su cuello.

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