CAPÍTULO 2. ENCUENTRO EXPLOSIVO

Por la mañana, Antonella abrió los ojos y extendió sus brazos estirándose, eso provocó que golpeara la cara de su acompañante. Sus labios se abrieron tan grande como pudo y su corazón comenzó a palpitar con fuerza.

—¡Auch! —Iñaki se quejó tocando su nariz, y despertó de golpe, volteando a verla.

Antonella se alejó de él.

—¿Qué rayos pasó? —cuestionó agitada. —¿Qué haces aquí?

Iñaki frunció los labios.

—Deberías rectificar tu pregunta y cuestionarte. —¿Qué haces tú en mi habitación? —respondió mirándola atentamente.

Ella miró a su alrededor y se dio cuenta que no era la suya.

—¿Cómo llegué aquí? —preguntó.

—¿No te acuerdas? —Iñaki se sentó.

La mirada de Antonella, se centró en aquella voz, y se quedó sin aliento al observar su perfecto rostro. Recorrió el esculpido torso de aquel extraño, enmudeciendo unos instantes; y de pronto se movilizó para apartarse de ahí, provocando que cayera de la cama de sentón. Inclinó su cabeza y se dio cuenta que estaba desnuda. 

—¿Qué me hiciste? —se cubrió con las manos sus pechos, poniéndose de pie con rapidez.

Iñaki ladeó los labios y sonrió burlonamente.

—En el estado en el que te encontrabas, deberías preguntarte: ¿Qué fue lo que me hiciste a mí?. —Elevó ambas cejas y salió de la cama, tomó una playera de él y se la entregó.

Ella la sujetó, y al tenerlo tan cerca, buscó darle un golpe con su rodilla. Al prevenir lo que estaba por suceder, Iñaki  detuvo su pierna, presionó su mano para no soltar la prenda, entonces comenzaron a forcejear.

El joven detuvo los brazos de Antonella, anticipando todos sus movimientos. Hasta que cayeron sobre la cama, quedando el cuerpo de él sobre ella, y la playera en el suelo. Iñaki percibió la suavidad de la piel de sus senos, chocando contra su firme pecho.

Al mirarse, ambos se reflejaron en los ojos del otro, entonces sus torsos comenzaron a subir y bajar agitados. Antonella percibió como la entrepierna del chico, se abultaba en su centro. 

—Parece que alguien despertó.

—No soy de piedra. —Ladeó los labios y se puso de pie.

Antonella se puso la playera

—Por un momento pensé que…

—Parece que ya se te olvidó que me pediste que no te dejara sola, anoche. Me rogaste que durmiera a tu lado.

—¿Qué ocurrió anoche? —cuestionó.

—Estabas en un antro, bailando muy divertida sobre la barra —mencionó—. Hasta que un grupo de hombres llegaron a buscarte, y en la huida, casi me arrollas. Estabas drogada —manifestó.

La chica se aclaró la garganta.

—Espero no haberte lastimado, de lo contrario puedo pagar los gastos hospitalarios —indicó.

—No tiene importancia —respondió, y con discreción su mirada observó sus torneadas piernas. —¿Tienes hambre? —preguntó.

La joven afirmó.

—Necesito beber agua —solicitó.

Ambos descendieron y llegaron hasta la enorme cocina, al observar que la cocinera miraba de abajo hacia arriba a su acompañante, la cual solo lucía una playera que le llegaba a mitad de sus muslos. Iñaki intervino.

—Tómate el día —ordenó con firmeza. 

Le entregó la botella de agua a la chica, y comenzó a sacar algunas cosas de la nevera.

Antonella tomó asiento en un banco y sonrió al observar su incomodidad ante aquella mujer, la cual casi la fulminaba.

—Parece que le acabas de romper el corazón a tu empleada —mencionó mientras mordía una manzana que tomó de la mesa.

—No me había dado cuenta —expresó ladeando los labios—. Espero que comas de todo —expresó sin poder evitar recordar su esbelta figura entre sus brazos. Con habilidad, Iñaki comenzó a picar algunos vegetales, para preparar omelettes.

—Comería hasta un mamut —contestó sin poder creer que él sería quien prepararía el desayuno. — Nunca había visto a un hombre que no sea un chef, cocinar.

—Quienes me conocen, saben que lo hago y muy bien —mencionó con orgullo.

—Espero que algún día pueda comprobarlo. —Mordió la manzana y pasó la lengua por su labios.

Iñaki tragó saliva con dificultad, al verla lamerse los labios. Sacudió su rostro y comenzó a cocinar.

Minutos más tarde tomaron asiento.

—Huele delicioso —comentó y de inmediato lo probó—. Es buenísimo.

—Me alegra que te guste —expresó y se acercó a tomar su móvil, para revisar sus mensajes, esbozó una ligera sonrisa. 

—Me imagino que tienes cosas que hacer —mencionó ella—. Termino de desayunar y me retiro, para no quitarte más tu tiempo. —¿En dónde está mi vestido?

Iñaki presionó con fuerza los labios

—No me estás quitando el tiempo —respondió—. Tengo el día libre, ¿tienes planes? —cuestionó y se quedó callado.

—¿Lo dices en serio? —preguntó deseando alargar más su estadía, ya que no deseaba volver a su casa, aún.

—No tengo porque mentir —contestó.

—Por cierto: Gracias por haberme ayudado —ella pronunció con sinceridad.

—Hice lo que tenía que hacer —respondió y se giró para ir por dos tazas de café.

—¿Cómo te llamas? —ella indagó con curiosidad.

— Iker —se presentó con su  primer nombre. —¿Y tú? —preguntó.

—Antonella Desachy —dijo con dulce voz, omitiendo su primer apellido para no ahuyentarlo como a los chicos que sabían quién era y no se atrevían a acercarse, por temor.

—¿Eres adicta? —Iñaki cuestionó, sin dejar de verla a los ojos.

La joven se atragantó al escuchar su cuestionamiento y comenzó a toser.

—No.

—¿Por qué ibas a conducir drogada? —cuestionó.

—Me sentía algo abrumada, cuando llegué al antro, me ofrecieron un pase, eso es todo —respondió con honestidad.

—¿Te quedarás? —indagó.

Antonella  bebió un sorbo de café.

—Si prometes que cocinarás todo el fin de semana, para mí. —Sonrió divertida—. Por cierto, ¿y mi vestido? —volvió a preguntar.

Iñaki presionó de nuevo los labios en una línea.

—Lo…  tiré a la basura —respondió.

—No, no es cierto —dijo sorprendida.

—Sí, es verdad —respondió y mordió un pedazo de pan que acababa de llevar.

—¿Es broma, verdad?

—No bromeo.

—Era un vestido muy costoso —expresó—, además que era uno de mis favoritos.

—Espero que tengas alguna foto luciéndolo, como recuerdo, porque no volverá a ti —comentó.

—¿Por qué hiciste eso? —indagó.

—Porque lo vomitaste. No pensarás que iba a lavarlo ¿o sí?

La joven tapó sus labios.

—¿Lo hice? —cuestionó avergonzada.

—Sí, no fue algo agradable. —Frunció el ceño.

—¡Rayos! —exclamó—, lo lamento, ¿esto cambia tu invitación? —preguntó mordiendo su labio inferior.

Iñaki observó con detenimiento esa reacción en ella.

—Nunca me retracto —pasó saliva con dificultad y se aclaró la garganta—. Vamos a la playa —la invitó.

—Necesitaré algo de ropa para ponerme.

—No te conté que la playa está considerada como nudista, así que no tienes que preocuparte por eso. —Guiñó un ojo.

Antonella carcajeó.

—Ya viste demasiado. —Volvió a morder su labio y se sonrojó.

—En realidad fue muy poco. —Se aclaró la garganta—. Ve — Iñaki se puso de pie y extendió su mano para ayudarla a ponerse de pie, y subieron hasta una de las habitaciones de huéspedes.

Antonella abrió los ojos de par en par al observar algunas bolsas de regalo sobre la cama.

—Espero que algo de lo que hay ahí, te sirva —refirió.

La chica dio un largo suspiró.

—¿En qué momento sucedió esto? —cuestionó mientras sacaba un pequeño bañador de dos piezas.

—Ventajas de tener personal a tu cargo —manifestó.

—Voy a cambiarme a mi recámara, para que salgamos a dar un paseo a la playa —Iñaki declaró.

***

En cuanto se quedó a solas, Antonella vació las bolsas y se encontró con más de lo que podía esperar. Desde sexy lencería, hasta shorts, tops, tenis de plataforma. Su mirada se fijó en la última de las prendas.

—Es increíble —dijo admirando un hermoso vestido ajustado floral al azar con estampado de un hombro con abertura con cordón.

Además de eso se encontró con accesorios de higiene personal.

Cuarenta minutos después. Los labios de Iñaki se entreabrieron al admirarla luciendo un vestido de playa tejido, por donde se colaba a la perfección aquel bikini que llevaba debajo en color azul marino. Su cabello iba recogido en un moño alto.

El chico apreció sus largas piernas, aquella joven emanaba un porte especial, una elegancia sin tener que esforzarse, le salía natural.

—Luces hermosa —mencionó con sinceridad.

—Gracias —contestó, y enfocó su mirada en sus tatuados brazos y luego prosiguió hacia su perfecto pectoral, separó sus labios en una ligera O, sintiendo que su garganta se secaba. 

—Justo ese es el efecto que me han dicho que provocó en mis admiradoras —Iñaki respondió mirándola a los ojos.

Antonella rodó los ojos.

—Solo observaba tus tatuajes —refirió y caminó delante de él, contoneando con sensualidad sus caderas y ladeó los labios.

La mirada del joven se fijó en la forma tan exquisita en la que balanceaba sus caderas al caminar, pasó saliva con dificultad.

«¿Será ella, la mujer que necesitas?». Se cuestionó dubitativo.

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