La vida de Luisa no ha sido fácil desde que debió hacerse cargo de cuidar a su hermana, una niña de nueve años con déficit de atención e hiperactividad, lo que le ha dificultado el ingreso a un colegio y llevar una niñez normal. Decidida a cambiar el rumbo de su vida, darle un mejor futuro a su hermana menor y con los ahorros a solo unos pocos días de agotarse, Luisa publica un aviso en internet, ofreciéndose como niñera, sin imaginar que su primer cliente está por transformar su vida y ella, la de los tres pequeños trillizos de los que estará a cargo.
Ler maisEran las cinco de la mañana de lo que parecía ser un día común y corriente en la vida de Luisa Sandoval, una joven de veinte años que el día anterior había decidido ofrecer sus servicios como niñera por medio de un anuncio en internet, cuando el timbre de su celular la despertó, después de haber estado sonando por algunos segundos.
—TUTUTU TUTU TUTU —sonó por tercera vez el ringtone, con la pantalla encendida.
Luisa se despertó asustada. Con los ojos todavía pegados por el sueño, logró entrever que se trataba de una llamada de un número desconocido. Dada la hora e insistencia de quien llamaba, consideró que podía tratarse de una emergencia. Contestó, con la voz todavía pesada por el sueño.
—Buenos días, ¿hablo con la señorita Luisa Sandoval, la niñera?
Animada por lo que podía ser una oportunidad que cambiara su vida para siempre, a Luisa le costó unos segundos asimilar que la llamada podía estar asociada con la publicación que había hecho el día anterior, después de subir un aviso en internet para no depender toda su vida de los trabajos a medio tiempo y mal pagados que venía haciendo desde hacía algunos años.
—Sí, soy yo, ¿quién llama? —preguntó Luisa, prevenida ante lo que podría ser una broma, porque no se explicaba quién hacía una llamada semejante a esa hora del día.
—Mucho gusto, señorita. Mi nombre es Pedro Cardona y soy el secretario privado del señor Mario Aristizábal, el CEO y propietario de la empresa desarrolladora de software Unix, ¿la reconoce?
Luisa se llevó la mano libre a la boca para ahogar una exclamación, sorprendida ante lo que podía ser la oportunidad de su vida.
«¡No lo puedo creer! ¿En serio se trata de una llamada relacionada con esa empresa?».
Luisa no era una joven que se destacara por su amplio conocimiento del mundo empresarial y de los negocios, pero el nombre de la compañía de software Unix era bastante conocido, lo suficiente para que incluso una chica como ella supiera que quien fuera su dueño debía ser una persona multimillonaria.
—Sé de qué me habla, sí señor, ¿pero cuál es el motivo de la llamada? —preguntó Luisa con el corazón acelerado y la voz trastabillando ante la idea de que, quizá, la empresa quisiera contratarla después de haber visto su hoja de vida, que tenía publicada en medio millón de agencias de empleo por todo internet.
—Verá, señorita Sandoval, es que la niñera que atiende a los trillizos del señor Aristizábal acaba de informarnos que tiene una infección de garganta que le impide asistir hoy y, debido a la urgencia, tengo que recurrir a una niñera sustituta. Vi su aviso en internet y me preguntaba si está usted disponible.
De los quince motivos que Luisa había ya imaginado que podía tener la extraña llamada, ese no se le había cruzado por la cabeza. Quedó perpleja.
—¿Se refiere a que necesitaría que fuera hoy, a cuidar de los trillizos del señor Aristizábal? —preguntó Luisa, extrañada ante esa respuesta.
«Cómo es posible que la niñera a la que voy a reemplazar no tenga alguna conocida que hubiera referenciado, o pertenezca a alguna agencia que pudiera recomendar a otra colega ante una situación así? Esto podría ser una trampa para secuestrarme, o algo peor. Debo andarme con cuidado», pensó Luisa en menos de dos segundos.
—Deberá estar presente a las nueve de la mañana en la mansión, sí señorita. ¿Está usted disponible?
El corazón de Luisa dio un vuelco.
El aviso donde se ofrecía como niñera lo había subido recién el día anterior y ya la estaba llamando el supuesto secretario privado del CEO y fundador de la empresa desarrolladora de software Unix, eso no tenía sentido. Debía tratarse de una broma, y una de muy mal gusto, pensó Luisa.
—Entonces, señorita Sandoval, ¿puedo contar con usted para que se encargue de los trillizos, a las nueve de la mañana? —preguntó de nuevo el secretario del señor Aristizábal.
—Deme un momento, debo verificar mi agenda —dijo Luisa, haciéndose pasar por una niñera muy solicitada, cuando en realidad lo que quería verificar era que el número desde el que recibía la llamada no se encontrara en la base de datos de números utilizados para estafas y defraudaciones.
Después de una rápida verificación en el sitio web de la policía, que no arrojó ningún resultado, Luisa continuó con la conversación.
—A las nueve… —dijo Luisa, considerando que quizá pudiera ser una broma que le quisiera gastar algún pesado que hubiera visto el aviso y de la que se estarían después burlando, cuando la grabaran yendo hasta la mansión del dueño del grupo empresarial y preguntara por una vacante como niñera que no existía—. Bien, sí, no tengo ningún problema, pero voy a necesitar que me envíe un auto para que me recoja —dijo Luisa, convencida de que, si se trataba de una broma, el pesado no se comprometería a enviar un auto.
—Muy bien, señorita, muchas gracias, no sabe de lo que me ha salvado —dijo el secretario—. Por supuesto que enviaré un auto a recogerla, solo dígame dónde debe hacerlo y, cualquier otro requerimiento que tenga, no dude en hacérmelo saber.
Luisa quedó consternada. No era la respuesta que había esperado recibir, pero quizá la broma seguía su curso y, llegada la hora en que debían recogerla, no llegaría ningún vehículo y todo se descubriría.
—Sí señor, ahora mismo te envío mi dirección, por w******p —dijo Luisa, convencida de que había logrado neutralizar la chanza con la que alguien quería divertirse a costa de ella.
—Quedo atento a recibirla, señorita Sandoval. Muchas gracias y espero tener el placer de atenderla más tarde. Hasta luego.
«¿Será que envío o no la dirección?», pensó Luisa en ese momento, antes de añadir el número que la había llamado a su lista de contactos. «Igual, no tengo nada qué perder, porque si se trata de una trampa o una broma, no enviarán ningún vehículo, pero sí mucho qué ganar en caso de que sí llegue».
Se decidió por escribir una dirección cercana, que no coincidiera con la del apartamento en donde se estaba quedando y al que, ese día, se le vencía el pago de la renta.
«Si se trata de una broma, nunca llegará un carro», pensó Luisa mientras terminaba de digitar la dirección e incluirla en el GPS.
Convencida de que acababa de recibir la llamada de algún bromista, Luisa regresó a la cama y solo se despertó una hora después, cuando ya incluso el suceso se le había olvidado. Entró a ducharse y, en el momento en que se secaba el cabello, escuchó que timbraba su celular. Se acercó y contestó la llamada de un número que no reconoció.
—¿Me contesta la señorita Sandoval? —preguntó la voz de un hombre.
—Sí, habla con ella. ¿Quién llama? —preguntó Luisa mientras aguardaba a que le dijeran que se trataba de alguna oferta o promoción para que se cambiara de proveedor de servicio celular.
—Soy el chófer enviado por el secretario privado del señor Aristizábal. Estoy estacionado en la dirección que me indicaron para recogerla.
Luisa sintió un baldado de agua fría que le caía encima, pero consiguió contenerse.
—¿Ya está allí? —preguntó Luisa mientras verificaba la dirección que había enviado.
—Sí señorita, aquí estoy. ¿Puede bajar enseguida? A esta hora hay bastante tráfico y debo estar en la mansión antes de las nueve.
Luisa verificó la hora. Eran poco menos de las ocho.
—Ya voy para allá —contestó mientras pensaba en las posibilidades de que la llamaba que había recibido en la mañana no hubiese sido un juego, como hasta ese momento creyó que era.
Pasó por la habitación de Viviana, su hermana de nueve años y de la que estaba a cargo luego de la muerte de sus padres en un accidente de carretera y que, debido a su trastorno por déficit de atención e hiperactividad, no lograba conservar un cupo en ningún colegio.
La vio ya despierta, mirando la televisión mientras saltaba sobre la cama.
—¡Hola, Lu! Mira lo alto que llego saltando —dijo Viviana al percatarse de que Luisa la observaba.
—Vamos a salir —dijo Luisa—. Será mejor que te alistes, No tenemos mucho tiempo.
Sin dejar de saltar sobre la cama, Viviana preguntó a dónde se dirigían.
—¿Sabes lo que son unos trillizos? —pregunto Luisa mientras sacaba del armario la ropa que ese día usaría Viviana.
—No, ¿qué son? ¿Es algo de comer? ¿Como el trigo? —preguntó Viviana mientras se apresuraba a mirar qué conjunto de ropa estaba escogiendo Luisa para ella.
—No, nada de eso —dijo Luisa mientras procuraba que su hermana no fuera a emocionarse mucho e hiciera un gran desorden sacando ropa—. Has de cuenta que son tres personas iguales.
La idea de conocer algo tan extraño entusiasmó a Viviana, que se vistió mucho más rápido de lo que Luisa hubiera esperado que hiciera, lo que era inusual debido a su trastorno, un problema por el que Viviana había pasado por tantos colegios como cuadras podía tener una ciudad y en ninguno duraba más que algunas semanas. Cuando no era por problemas académicos debido a su falta de atención, era porque se peleaba con alguna otra niña o niño que la molestaba, o porque era indisciplinada y, sin una provocación aparente, comenzaba a gritar en mitad de clase.
—Es que hago eso cuando me siento aburrida —Se disculpaba entonces Viviana con su hermana, de nuevo frente a la puerta del director del colegio—. Es que si algo no me llama la atención, me aburro muy fácil.
Siempre que su hermanita era expulsada, Luisa se decía lo mismo:
«Si tan solo consiguiera un trabajo que me permitiera pagarle una cuidadora, o un centro especial de enseñanza, donde reciban a niñas con su problema»,
—¿Ya estás lista? —preguntó Luisa a su hermanita cuando la vio vestida—. Bien, vámonos, que hay un auto esperándonos —dijo mientras rezaba para que todo eso no fuera una broma y quedara como una estúpida, de la mano de su hermana menor, parada a unas cuadras buscando un carro que jamás llegaría.
—¿Un auto? —preguntó Viviana, abriendo los ojos como si su hermana estuviera por echarle gotas—. ¡Eso es increíble, hermana!
—bueno, Vivi, no es para tanto y, la verdad, lo único que espero es que sí esté.
—¿Como que si esté? ¿Qué quieres decir? —preguntó Viviana.
—Nada, no importa —respondió Luisa—. Vamos, que se nos hace tarde.
A Luisa se le encogió el corazón de solo pensar en que para su hermanita resultaba una novedad muy grande poder viajar en un vehículo, porque ni siquiera estaba acostumbrada a subirse a un taxi.
«Ojalá y no resulte desilusionada si el auto no está», pensó en el momento en que la tomaba de la mano y salían del pequeño apartamento en que vivían.
Cuando se acercaron al sitio en donde debía estar el auto esperándolas, Luisa se acercó con precaución, solo lo suficiente para ver si el vehículo del multimillonario en realidad la estaba esperando y sin dejar de mirar a su alrededor, por si su mirada se encontraba con el que le estuviera jugando esa broma y ahora la pudiera estar grabando, pero al asomar la cabeza vio, no sin cierto susto, que un Mercedes de lujo estaba estacionado, sin duda esperándola.
«¡Entonces sí es real!».
Era en serio. Había sido contactada por el secretario privado de uno de los hombres más ricos del país para que, en una hora, se presentara en su mansión a cuidar de sus tres pequeños. Todavía indecisa a si acercarse al vehículo o dar media vuelta, Luisa escuchó a un hombre que le habló a sus espaldas.
—¿Señorita Sandoval? —preguntó el desconocido.
Asustada, Luisa giró la mirada y supo, por el uniforme del hombre que la abordó, que no podía ser otro sino el chófer del lujoso vehículo estacionado al otro lado de la calle.
—Menos mal la veo, señorita Sandoval —dijo el chófer antes de que Luisa pudiera decirle que no era ella—. La reconocí por la foto en el anuncio.
—Yo… es un placer, sí. Soy Luisa y ella es mi hermana, viene conmigo.
—Perfecto, señorita ¿entonces nos vamos? Es que me afana el tráfico de esta hora, como le había comentado.
—Sí, sí, por supuesto, vamos.
Mientras pasaban la calle, Luisa consideró que todavía tenía tiempo de retractarse de lo que estaba por hacer, pero ahora se sentía muy apenada con el chófer, que parecía bastante afanado, y pese a que en cada paso que la aproximaba al vehículo escuchaba una vocecilla que le advertía que diera media vuelta, porque no sabía en lo que se estaba metiendo, no llegó a hacerlo, entró al auto y se lanzó a lo que fuera que el destino tuviera preparado para ella y su hermana.
Un año después del destierro de Rebeca, Luisa estaba terminando su primer semestre en la carrera de Pedagogía y visitaba la boutique en la que había encargado el vestido para el que sería uno de los días más importantes de su vida. Al verla entrar al almacén, la modista se apresuró a traer el último diseño que había confeccionado. Todavía no se lo había probado a la novia.—Es como si anoche hubiesen venido hadas a terminar de tejerlo —dijo la modista cuando se lo vio puesto, por primera vez, a Luisa—. No creí que te fuera a quedar tan hermoso. Parada frente a los tres espejos de cuerpo completo que la retrataban, Luisa supo que la modista no exageraba, tampoco mentía. En verdad estaba transformada en la más bella de las princesas. El vestido, de un blanco impoluto, se abría a la altura del pecho en un escote muy corto que trazaba una línea transversal, acompañado de dos modestas hombreras que coronaban las mangas entreabiertas y sueltas, bordadas con detalles en madreperla. A partir
Rebeca ingresó a la habitación con la furia de un torbellino y sus labios lograron entreabirse, próximos a expulsar la rabia que había estado conteniendo desde el momento en que llegó al colegio de los trillizos y no los encontró, cuando su mirada se topó con los cuatro pares de ojos infantiles que la escrutaron. —¡Qué significa esto! —exclamó Rebeca al ver a los trillizos rodeando la cama de Mario. —Los trajo Pedro —mintió Mario—. Al parecer, mi asistente no soportó por mucho más tiempo mantener en la ignorancia a mis hijos. Con una mueca de desagrado, pero consciente de que no podía hacer nada para evitar ese desenlace, Rebeca gruñó.—¿Nos puedes llevar a comer un helado? —preguntó Javier a Rebeca.—Han estado ya aquí por más de una hora —dijo Mario antes de que a Rebeca se le ocurriera negarse a la petición de su hijo. Con los aires de señora de la casa que ahora tenía, era muy probable que ya se hubiera olvidado de cuál seguía siendo su puesto, al menos hasta la boda.—Está bie
En compañía de los dos pequeños a los que cuidaba, y en uno de los autos de la familia Amaya, Luisa se dirigió al colegio de los trillizos, segura de que llegaría antes de que Rebeca pasara a recogerlos. Entusiasmados al ver a Luisa, y a sus nuevos amigos, Javier, Jacob y Jerónimo subieron al auto desde el que la joven los saludó. —¿Eres de nuevo nuestra nilñera? —preguntó Javier.—¿Rebeca ya se ha ido de la casa? —quiso saber Jerónimo.—¿Ahora sí te vas a casar con nuestro papá? —indagó Jacob.Luisa sonrió con cierta tristeza porque, aunque hubiera querido responder que sí a todas esas preguntas de los niños, todavía tenía que responderles que no.—Lo siento, chicos, pero quizá algún día, cuando menos lo esperamos, eso suceda, pero, por ahora, vamos a ir a hacer una visita. —Luisa intentó leer en el rostro de los trillizos si sabían algo sobre lo que le habia ocurrido a su padre, pero todo indicaba que lo seguían ignorando.«Pobrecillos, nadie ha sido capaz de decirles. Bueno, creo
Las palabras de Rebeca llegaron a oídos de Luisa con la lentitud de un veneno espeso, que demora la caída de cada gota, se esparce con dificultad a través de la sangre y llega hasta el corazón solo después de un muy largo, doloroso y prolongado viaje a través de todo el torrente sanguíneo del cuerpo. —Todavía no hemos fijado una fecha para nuestra boda —dijo Rebeca, intentando no reír—, pero le voy a insistir a Mario en que debe ser antes de dos meses, porque no quiero casarme con la barriga ya crecida. No se me debe notar el embarazo. ¿Tú qué opinas, Luisa? ¿Por qué estás tan callada? ¿Es que no te das cuenta de que te he evitado un mayor dolor? ¿Te imaginas que esta noticia, sobre el amor que Mario me ha profesado, te hubiera llegado cuando la relación entre ustedes estuviese en una etapa más madura? ¿Más prolongada? Sin embargo, pese al espesor del veneno y el dolor que le pudieron causar las palabras de Rebeca, Luisa logró detener el flujo ponzoñoso porque ya desde hacía unas po
La prueba de embarazo era irrefutable y Mario sintió que las paredes de la habitación se le caían encima. Tuvo un fuerte mareo y tuvo que apoyarse en la cama para no caer.—Pensé que la noticia te alegraría tanto como a mí —dijo Rebeca al tiempo que cruzaba las piernas, satisfecha por el efecto que estaba consiguiendo—. Tendremos un hijo, Mario.Todavía apoyado en la cama, Mario estuvo por ofrecerle a Rebeca lo que quisiera. Estaba incluso dispuesto a darle la mitad de su fortuna, de endosarle el cincuenta por ciento de las acciones de su compañía, lo que le pidiera con tal de que solo desapareciera de su vida, pero no, no podía hacerlo cuando ella era la madre de su próximo hijo.«Jamás dejaría q
Si no hacía lo que Rebeca le había dicho que debía hacer, su próxima esposa denunciaría, en las redes sociales, la forma en que el multimillonario dueño de la compañía de software la había rechazado luego de haberla embarazado tras un encuentro casual.—Estás loca, Rebeca, de verdad lo estás —dijo Mario cuando la institutriz supo que él no estaba dispuesto a sacar a Viviana de la casa—. Nadie te creerá algo así. Deliras.—¿Quieres probarlo? Será tu palabra contra la mía, ¿y a quién crees que el público y la prensa querrán creer? —contestó Rebeca, desafiante— ¿Al millonario hombre que mueve fortunas a diario, o a la pobre mujer embarazada que ha trabajado en tu casa por más de dos años?Mario se contuvo. Como lo había propuesto Rebeca, era posible que siempre hubiera un periodista de pocos escrúpulos dispuesto a impulsar la denuncia de la madre soltera rechazada con tal de ganarse un titular y tener sus quince minutos de fama. Era un riesgo que no podía permitirse. «Pero Viviana… No p
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