Después de confirmar la hora de la cena en las alturas, colgué.

«Pronto me perderé de su vista para siempre», pensé.

—¿Con quién hablabas ahorita? Javier se acercó y me abrazó por la cintura desde atrás.

—Estaba confirmando la hora de la cena de nuestro aniversario.

—Ay, qué linda eres, casarme contigo ha sido una bendición —dijo Javier antes de darme un beso cariñoso en la mejilla.

—¿Qué te parece si esta noche te preparo tu pastel de cereza favorito?

En siete años de casados con Javier, él siempre había sido muy detallista y atento, educado y amable, como un académico de esos bien rectos, que siempre siguen las reglas.

Antes de eso, toda la Universidad del Norte Fronterizo sabía que era famoso por ser muy dedicado; en su carrera de profesor nunca se le había conocido ni un solo chisme amoroso.

—Helena, qué suertuda eres. El profe Javier es muy disciplinado, una vez dijo que, si se casaba, sería con la única persona que considerara la correcta, la definitiva. Es el profesor titular más joven de la facultad, y además es un investigador de hierbas de primera, ¿no le habrás dado algún brebaje secreto? —me decía siempre mi amiga medio en broma.

Por un tiempo yo también pensé que esa ternura fuera de lo académico era algo especial, solo para mí.

Hasta que abrí el diario que Javier guardaba como un tesoro, no supe que eso era lo que él pagaba por proteger la felicidad de Rosa.

—Ah, por cierto, mañana la familia va a hacer una fiesta para celebrar que Rosa está embarazada de un niño. Voy a llevar un regalo y de paso la felicitaré por ir al congreso internacional de terapeutas. No te preocupes, regresaré pronto para estar contigo.

—Ese congreso...

—No necesitas ir al congreso, mejor vámonos de viaje para prepararnos para tener bebés. Tienes que relajarte y no estresarte tanto.

Todos estos años Javier no había querido hijos, decía que no quería que un niño le quitara el amor que me tenía, que solo quería consentirme a mí.

Ahora de repente quería que me preparara para tener bebés, solo por temor a que Rosa perdiera su lugar.

—¿Esto qué es?

—¡Claro que es la sorpresa de aniversario que le preparé a mi tesoro! —dijo Javier tenía una expresión de consentidor.

Al abrir la puerta del consultorio, cada rincón del suelo estaba lleno de rosas rojas como fuego. En cada festejo Javier me regalaba rosas, pero la verdad es que ni me gustan las rosas ni mucho menos el rojo.

Javier decía que las rosas simbolizaban su amor ardiente por mí, y hasta ahora había entendido que su amor verdadero sí era una «rosa», las «rosas rojas» representaban a Rosa, no a mí.

—¡Faltan dos días para el aniversario! ¿Ya preparaste la sorpresa? Para pasado mañana, organicé una cena en el aire. Tienes que llegar a tiempo para acompañarme —le dije a Javier con una sonrisa fingida.

—Claro, voy a organizar el trabajo con tiempo. Me escaparé para cenar con mi querida Helena.

Javier siempre era muy serio en público, rebajarse tanto por una mujer que no quiere, gastar tanta energía y tiempo, la verdad… qué difícil debía ser para él.

En la noche no pude dormir. Tenía la mente acelerada, mientras permanecía acostada en los brazos de Javier, viendo su perfil bien marcado. Su pecho firme subía y bajaba, respirando de manera uniforme. Jugaba con el dije de su collar, ese collar que usaba diario; nunca cambiaba de estilo.

Sin querer vi que en la parte de atrás del dije estaba grabada una rosa, y, justo al lado, unas letras muy pequeñas: «Mi Amor Rosa.»

«Adiós a toda esperanza», pensé, en ese momento, pensé.