—Vamos juntos. Justo también quiero ver a la familia —dije, tras decidir que iría al banquete con Javier.
—Si de verdad quieres ir... está bien, entregamos el regalo y nos regresamos enseguida —me contestó Javier algo renuente.
Adentro del salón de banquetes, los invitados felicitaban a Rosa por su doble alegría.
—¡La señorita Rosa tiene de verdad talento y belleza! Pronto será la terapeuta principal, y, además, ya está esperando un bebé precioso. ¡Felicidades, felicidades!
Rosa estaba en el centro, rodeada como luna entre estrellas, al lado había una vitrina con una botella de cristal muy bonita, en cuyo interior estaba el resultado de su investigación más reciente de pociones.
«A la honorable señorita Rosa, que desarrolló la poción de hombre lobo, sin precedentes, capaz de aumentar la fuerza de combate en un cincuenta por ciento, y resistir el noventa y nueve por ciento de las infecciones virales del mercado. Se convertirá en la terapeuta más grande de este siglo. Firmado: Profesor Javier.»
Recitando en mi mente las palabras del que la recomendaba, no pude evitar sonreír con amargura. Cuando le pedí a Javier que me recomendara para ir al congreso, había inventado mil excusas, pero ahora resultaba que le había guardado el lugar a Rosa.
—Helena, ¿cómo tienes tiempo de regresar a casa? ¿Últimamente no tienes nada que hacer, nadie te busca para tratamientos? —dijo Rosa con tono era burlón. Al verme primero quiso evadirme, antes de adoptar una actitud molesta.
No le hice caso y volteé a ver las instrucciones de la poción. La tabla de componentes principales era muy llamativa. Aquella, claramente, era mi fórmula. Para crearla, no había dudado en probar el veneno en mi propio cuerpo; y casi pierdo la vida.
Esta poción siempre la tenía guardada bajo llave en la caja fuerte del consultorio, ¡¿cómo había aparecido aquí?!
—Helena, ¿qué te parece esta fórmula? ¿Acaso no es única? —inquirió Rosa, con tono retador, acercándose a mí con una sonrisa extraña.
—Tú...
Rosa de repente volcó la copa de vino tinto que sostenía sobre mi vestido blanco.
—¡Ay! —gritó Rosa, antes de que pudiera reaccionar, y se dejó caer de espaldas.
Javier, que llegaba en ese momento, la abrazó por la cintura y la detuvo.
—Helena, solo se me resbaló la mano sin querer. No te ensucié el vestido a propósito. ¿En serio me empujaste por una nimiedad? —murmuró Rosa con los ojos llorosos, como si la hubieran asustado—. ¡Me pegaste fuerte! ¿No sabes que estoy embarazada?
La gente alrededor se alborotó.
—Rosa está embarazada, ¿cómo pudiste empujarla? ¿Qué tal si le pasa algo? —me regañó Javier—. ¿Estás bien, Rosa? Si te sientes mal, vamos ya mismo al hospital —murmuró, revisando a Rosa con genuina preocupación.
Dicho esto, Javier la cargó hasta el sofá de al lado, donde la recostó para que descansara, antes de encaminarse hacia mí.
—No debiste ser violenta con una embarazada, que, además, ¡es tu hermana!
—La poción de su hermana fue reconocida por todos los terapeutas importantes, es muy probable que se convierta terapeuta principal. Un jurado que no sabía la situación vino a darme la buena noticia.
Javier, que en ese momento estaba a mi lado, al escuchar aquellas palabras mostró en sus ojos mostraron un brillo especial que no le había visto en mucho tiempo. En verdad, jamás lo había visto tan genuinamente feliz por alguien.
En ese momento, se me cayó el alma a los pies.
—Javier, ¿por qué la fórmula de la poción de Rosa es idéntica a la mía? —le pregunté en voz baja.
Se quedó inmóvil y evitó mi mirada:
—Tal vez... ¿es que ustedes siendo hermanas tienen algo en común en sus métodos de investigación? —propuso.
—La contraseña de la caja fuerte de mi consultorio, solo la sabemos tú y yo —repuse mirándolo fijamente.
El ambiente de repente se tornó sumamente tenso.
—Esta fórmula originalmente te la iba a regalar en nuestro décimo aniversario de novios. Puede mejorar mucho el sistema inmune y la condición física, lo cual es muy importante para quienes que trabajan en medicina de primera línea por mucho tiempo. Una vez dijiste que querías meter la fitoterapia al sistema de salud pública, para que le sirviera a más gente. Pensé que sería nuestro logro. Se quedó callado.
Suspiré y volteé el rostro. No quería verlo más.
—Da igual, ya nada importa.
Javier se dio cuenta de mi estado de ánimo, y trató de cambiar el tema.
—Vamos a casa, aquí hay mucho ruido, yo... tengo otro regalo para ti.
Dicho esto, me llevó a casa. Una vez allí, sacó de su estudio una caja rectangular muy bien envuelta y me la dio.
Al abrirla, vi que se trataba del collar que había sido la sensación en la subasta de joyas hacía unos días:
«Corazón de Rosa.»