Dejó de besarme y la veo sentarse a mi lado, con el ceño fruncido y la mirada inquieta. Se muerde el labio inferior mientras su pierna derecha no deja de moverse, como si el silencio pesara más que cualquier palabra. Está nerviosa, no sé si por lo que intuye que diré... o por algo que ella guarda con demasiado recelo.
Me cabrea.
Suspiro, me acomodo en la cama y giro el cuerpo hacia ella. Me regala una sonrisa que parece forzada, y entonces lo sé: después de esto, nada entre nosotros volverá a ser igual.
—Arya... —mi voz es ronca, al pronunciar su nombre—. Lo que voy a decir no tiene tacto y no hay forma de endulzarlo —ella frunce el ceño, y se pone en alerta—. Yo fui quien le dió la idea a mi abuelo de la masacre... donde murió la hija del líder francés.
La observo mientras abre y cierra la boca varias veces. Incrédula y desencajada, no lo asimila. O tal vez, no quiere hacerlo.
—Después de la muerte de mi abuela, lo único que quería era venganza. Le propuse a Ryan usar esa matanza com