Estas últimas semanas han sido una tortura. Admitir que Arya me dejó porque no me acepta, o por alguna mierda que no logro entender, me está carcomiendo la mente.
Anoche la enfrenté, pero tenía tanto veneno acumulado y tanta necesidad de herirla como ella me hirió a mí, que no podía callarme. La amo. Maldita sea, la amo con una obsesión que debería asustarme. Ella es mi última ancla a la cordura. Mi última oportunidad para no convertirme en el monstruo que todos temen. Sin ella, solo quedo yo... y créeme, nadie quiere enfrentarme cuando no tengo motivos para contenerme.
Tenso la mandíbula al recordar sus lágrimas. Odio cuando las mujeres lloran. Me recuerda a mi madre, llorando en la oscuridad por Natasha. Lloraba por mi hermana... y yo, siendo un niño, ya sabía que su dolor era culpa mía.
—Te estoy hablando, Sasha —la voz seca de Konstantin me arrastra al presente—. Necesito que te concentres en lo que te estoy diciendo.
Me acomodo en la silla de mi escritorio y cruzo las piernas.
—