**Lyra**
El primer sonido que me despertó no fue el canto de los pájaros ni el crujido de la madera en los pasillos del castillo. Fue un pequeño gemido hambriento, seguido del leve movimiento de un cuerpecito contra el mío.
Abrí los ojos lentamente, sintiendo el calor del sol colarse por las cortinas. Mi hijo buscaba alimento, y su boquita se movía en un gesto instintivo que me llenó de ternura.
Lo acuné con suavidad y me acomodé, permitiéndole alimentarse mientras le acariciaba el cabello oscuro que empezaba a asomar en su cabeza.
—Tú y tu fuego, pequeño mío… —susurré con una sonrisa suave—. ¿Qué clase de destino te espera?
Pero cuando me incorporé un poco más, me di cuenta de que estaba sola. Tharion no estaba en la cama.
Fruncí el ceño. Él no se había alejado de mí ni un instante desde lo que ocurrió la noche anterior. Algo debía haber pasado.
Llamé a un criado que pasaba por el pasillo.
—¿Sabes dónde está el Rey? —pregunté, sin apartar la vista del bebé que seguía amamantando.
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