Lyra
El aire olía a juicio, a rabia contenida y a traición. El patio central del castillo estaba colmado de rostros tensos, de miradas que exigían justicia.
No cabía un alma más.
A un lado, Kael Vaelis se mantenía de pie junto a su hija, con el ceño fruncido. A pesar de que debían marcharse, habían decidido quedarse para presenciar el destino de Calista.
Tharion les había permitido quedarse, sí, pero bajo una única condición: ni un susurro de insurrección, o el rey lycan desataría el infierno.
—Te lo advierto, Kael —le había gruñido Tharion poco antes del juicio—. Si rompes tu palabra, ni la historia ni los dioses recordarán tu nombre con respeto.
Y aquí estaban. Esperando.
Calista fue arrastrada al centro del círculo de piedra. Sus pies descalzos manchaban el mármol con sangre seca. Sus ojos bailaban entre locura y burla.
Cuando se detuvo frente a nosotros, alzó la cabeza con una sonrisa tan desquiciada que me heló el pecho.
—Vaya, qué reunión más adorable —se carcajeó, girando s