El frío era abrumador. El tratamiento me había robado la fuerza y la dignidad, dejándome como una marioneta inerte, pero la quimio y la nueva médula de Mirakel estaban librando una batalla épica dentro de mí. Sentía como luchaba cada una por su parte para acabar conmigo o para salvarme. Podía sentir a mi hijo dentro de mí, como cuando estaba embarazada, y eso me hacía sonreír.
Abrí mis ojos y encontré a Dalton a mi lado. Estaba exhausto, con su cabeza apoyada en el colchón y sus hombros curvados por la tensión. Estaba agotado. Estuvo a mi lado todo ese tiempo, y aunque para él fue tan difícil como para mí, intentaba sonreírle para que recordara que la vida era buena y bonita, y que debíamos lucharla. Mi Dalton era mi fuerza, y más que nada en ese momento necesitaba que descansara y que cuidara de Mirakel.
La lucidez me golpeó como una ola de agua helada y la urgencia de la vida me hizo pensar en la muerte. No mi muerte, sino la vida de Dalton y Mirakel sin mí. ¿Quién le hablaría a Dal