El receso en la audiencia fue breve, pero el aire en la sala de tribunales seguía vibrando con la tensión del encuentro entre Massimo y yo. El apretón de manos había sido una declaración de intenciones más clara que cualquier alegato legal.
Apenas el juez reanudó la sesión y luego la clausuró sin emitir una resolución inmediata, me levanté enojado porque lo postergaban demasiado. Ignoré la reprimenda silenciosa de mi madre y mi objetivo no estaba en la sala, sino en el pasillo.
Massimo, actuando como el guardián posesivo, escoltó a Daisy fuera del recinto llevándola entre las cámaras. Ella caminaba con el rostro en blanco, su mano aferrada al brazo de él y el anillo brillando. La vi como una prisionera de su propio orden, de su propia elección, pero infeliz como solo nosotros sabíamos que éramos. Nadie mejor que nosotros conocía la ruina y el dolor.
Los seguí de cerca, sintiendo cómo la adrenalina corría por mis venas. Quise quitarle su mano de la espalda y decirle que ella era una mu