El peso de la culpa era un ancla de plomo en mi pecho. Había enviado a mi hijo a su calvario emocional para salvarlo de un peligro físico, y la escena con Lombardi aún resonaba en la sala de espera como un trueno distante. Siempre pensé que hacía lo mejor para la familia, pero en ese momento no sabía qué era lo mejor.
Subí las escaleras y mis pasos eran pesados sobre la alfombra. Me detuve frente a la puerta de su habitación y toqué. El sonido era casi un ruego porque me escuchara después de fallarle. Dalton confiaba en mí, en que siempre lo apoyaría, sin embargo, sentía que había fallado como padre al no priorizar sus sentimientos.
No prioricé muchas cosas y era tiempo de comenzar a corregir.
—Dalton, soy yo. ¿Puedo pasar?
Escuché un movimiento adentro, como un silencio forzado. Abrí la puerta y lo encontré sentado en la cama, con las manos en las rodillas. Estaba duchado y vestido con ropa limpia, pero su aura de genio había sido reemplazada por una neblina de derrota. El aire de la