El primer sonido que registré fue el constante y monótono beep-beep-beep de una máquina que monitoreaba algo en mi cuerpo. El siguiente fue el olor agudo a desinfectante, a medicamento y a sábanas recién lavadas, y también a flores. Abrí los ojos, sintiendo la pesadez en mis párpados y el techo blanco del hospital era lo último que esperaba ver. La luz fluorescente me resultaba cegadora después de tantos días de oscuridad y sombras y me quejé.
Sabía que tenía que preguntar por mi familia, pero cuando miré a mi madre dormida en el sofá, tragué saliva para lubricar sus cuerdas vocales y pensé en Dalton. Lo primero que hice fue preguntar por Dalton, por el gran amor de mi vida. Mi garganta estaba seca y mi voz raspó mi lengua.
—¿Dalton? —pregunté quejándome—. ¿Dónde está Dalton?
Mi madre, Alessia, estaba sentada junto a la cama, me vio despertar y también despertó. Estaba eufórica, emocionada, con esos ojos llenos de amor. Ella se inclinó sobre mí, su cabello oscuro cayendo sobre mi rost