El regreso a la mansión fue un silencio de muerte. No podía creer que Avery me hubiera ocultado que sabía dónde se refugiaban los adolescentes. La revelación, confirmada por la presencia de nuestros rivales, fue un golpe bajo, no solo a mi autoridad sino a la confianza. Sentía la traición clavada en el pecho, más fría que la incertidumbre de la búsqueda. No podía creer que no confiara en mí, que no me permitiera lidiar con eso como ella. Lo ocultó porque me conocía, pero también porque se conocía a sí misma.
—Eres mi esposa. ¿Cómo pudiste hacer esto? —pregunté.
—Protegía a mi hijo —fue su única respuesta, seca y final.
Y aunque no le dije abiertamente mi molestia, se lo hice sentir. No le hablé en todo el camino. Me distancié, creando una barrera de hielo en el asiento trasero del sedán y esperé a que la rabia mermara. Necesitaba sacar la frustración con algo. En mi antigua vida mataba para sentirme mejor, pero ya no era se Darak, o pensé que ya no lo era, aun cuando para mi esposa er