El sol de la tarde se filtraba entre las hojas de los robles centenarios de nuestro jardín, dibujando círculos de luz sobre la manta de patchwork. El aire olía a hierba recién cortada y a la dulzura de la primavera. Me recosté en la silla de jardín, observando la escena. La escena que, contra todo pronóstico, se había convertido en mi vida.
La vida es extraña. Es una sucesión de infiernos y breves paraísos, y el mío había sido un viaje turbulento, de un polo al otro.
Recuerdo la primera vez que vi a Darak Savage.
No era un príncipe, sino un depredador con un traje a la medida, el hombre que compró mi vida y mi libertad. Recuerdo la frialdad de su tacto, la arrogancia de su posesión. La primera etapa de nuestra historia fue la de la marioneta y el titiritero: yo, moviéndome al ritmo de sus deseos, sin voluntad propia, forzada a ser la esposa perfecta en su jaula de oro.
Luego vino la explosión. La revelación de la verdad sobre mi padre, la traición, el encierro en el manicomio. Recuerd