El vestido era una declaración de guerra.
De terciopelo oscuro, sin mangas, un rojo tan profundo que parecía contener el color de la sangre y el fuego. Era mi armadura e de combate para una noche que lo cambiaría todo. Cinco años de exilio, de pastillas y de paredes blancas, se habían disuelto en el brillo de la seda. Me deslicé los tacones, el sonido de su impacto contra la madera resonó como un disparo. Ya no era la mujer rota que se cortaba el pelo en la penumbra. Era la marioneta que había regresado para cortar las cuerdas de su titiritero.
Las joyas que Viktor había puesto a mi disposición eran frías contra mi piel, pero mi rabia interna era un calor que me consumía. Miré mi reflejo. El cabello, corto y elegante, enmarcaba un rostro afilado por el hambre de venganza. La mujer que miraba hacia atrás era una extraña, una criatura forjada en el odio y la estrategia, y estaba lista para que el mundo la viera. Estaba lista para salir de las sombras y convertirme en la mujer que ansiab