3 | Perdóname

No vi a mi padre el resto del día, y en la noche me preocupé por él. Le pregunté a las mujeres del servicio si alguna sabía de él. La respuesta que me dieron fue que llevaba toda la tarde bebiendo solo en la biblioteca. Bajé las escaleras hasta el primer piso y giré por la chimenea. Me encontré con el enorme pasillo de cuadros y el retrato de mi madre. Casi me detuve a verla, cuando escuché los libros caerse. Apresuré mi paso y me encontré con la oscuridad.

Mi padre estaba a oscuras, cerca de la mesa de lectura. Había libros en el piso junto a la silla, a sus pies, y él intentaba levantarlos. Podía ver sus dedos temblorosos intentando colocarlos en la mesa.

—Padre —me apresuré a entrar para ayudarlo a subir los libros y enderezarse—. ¿Por qué estás tan solo en la biblioteca?

Su aliento apestaba a licor.

—Pienso en tu madre, en ti, en lo que elegí para ti.

Dejé su cuerpo lo más recto posible en el sillón de cuero. Mi padre se había entregado a la bebida esa noche por lo que hablamos, y eso me hizo sentir mal e insegura. No me gustaba que las personas sufrieran por mi culpa. No me gustaba como los hacía sentir mis palabras, y pensé mucho en ello, en como lo traté. Mi padre era todo lo que tenía, y si estaba en su contra, me quedaba sola.

—Estuve pensándolo. No debí culparte como lo hice. Yo te amo.

Mi padre levantó la botella de ron que también estaba en el piso.

—Tienes razón en culparme. Soy un mal hombre, Avery —dijo con os ojos cristalizados por la bebida y por las lágrimas. MI padre no era un hombre que llorase. No lo veía derrumbarse desde la muerte de mi madre, y él era un pilar para mí, no podía llorar—. Fui un mal hombre con tu madre, y soy un mal padre contigo.

Yo intenté ayudarlo con su bebida, pero me empujó y me dijo que las niñas buenas no tocaban las botellas de ron. Yo retrocedí y solo lo miré llenar una y otra vez su vaso. Lo bebía como agua, y no lo entendía. ¿Qué estaba intentando olvidar mi padre?

—Nunca debí venderte de esa manera. Eres un ser humano, no un puerco —escupió cuando rellenó su vaso y la botella rodó de sus manos y volvió a caer—. Por favor, perdóname por lo que hice.

Yo levanté su botella y él volvió a repetirme que eso no era para mí. Yo me quedé en el piso rodilla abajo y la mirada en él. Mi padre sonrió con los ojos empañados en lágrimas y tocó mi mejilla. Su mano estaba tan caliente que me quemaba, y me gustaba.

—Dios, ¿qué hice? —se preguntó a sí mismo.

Yo entendía lo que él exteriorizaba— Sufría al igual que yo por ese trato con el Segador. Era entendible, lo comprendía. Lo que no comprendía era como un hombre como mi padre, que siempre fue imponente y poderoso, estaba bajo la bota del Segador.

—Papá, no te tortures, por favor —imploré cuando sentí su mano tibia en mi mejilla derecha—. Sé todo lo que se dice de él, pero soy capaz de cuidarme. Soy una mujer fuerte. Me cuidaré de él.

Él agitó la cabeza de lado a lado.

—Nadie jamás te cuidará de él —aseguró mirándome con miedo e incertidumbre. Estaba dolido, pero nada como lo que yo sentía—. El Segador es un bruto, un animal, un indolente. Te destrozará, mi niña, y no podré verte destruida sin poder hacer nada.

Yo sujeté su mano con fuerza, atrapándola entre las mías.

—Entonces huyamos —dije—. Vámonos lejos.

Mi padre sonrió más grande; una sonrisa de dolor.

—No hay lugar en el mundo al que él no llegaría —ratificó—. Tiene tanto poder, que ni Dios puede con él. El Segador es el diablo.

Cerré los ojos ante la sentencia.

—Ni digas eso, papá, sé que podremos, si estamos juntos.

De nuevo sonrió, esa sonrisa que alentaba y desgarraba mi alma.

—Eres igual a tu madre, mi niña, eres un amor. Tus ojitos preciosos, tu corazón hermoso. Eres lo mejor de tu madre —dijo acariciándome tierno, y de la nada respiró profundo y pestañeó para que las lágrimas cayeran—. Quiero que me prometas algo.

Aguardé a que continuara.

—Quiero que me prometas que nunca dejarás que el Segador se apodere de tu inocencia, ni te robe el buen corazón que tienes —dijo impactando mi corazón con su mano—. Prométemelo.

No entendía nada de lo que decía, pero lo vi llorar. Vi a una roca como mi padre llorar, y supe que estábamos en problemas.

—No tengo que prometértelo. Lo verás. Vendré siempre a verte.

Cerró los ojos con fuerza, y más lágrimas cayeron.

—No podremos vernos —corrigió—. Él no me dejará verte.

—Me escaparé. Yo te amo, padre, eres todo lo que tengo —dijo apretando más fuerte su mano—. No dejaré que nadie nos separe.

Mi padre lloraba como si mi madre acabase de morir, o como si me hubieran sentenciado a morir. Quizás en ese momento no comprendía la gravedad del matrimonio. Quizás era una ingenua que pensaba que podría salir de eso intacta. Salir de las garras del Segador era peor que cruzar un alambrado desnuda, y mi padre lo sabía, lo veía en sus ojos y en esas palabras que no pronunciaba.

—Prométemelo, mi niña, por favor, prométemelo.

Lo hice. No tuve otra opción que prometerlo para calmarlo.

—Lo prometo —respondí sonriendo—. Lo prometo, papá.

Mi padre se inclinó y dejó un tibio beso mojado en ni frente. Repitió contra mi piel que era todo lo que él quería, que era su princesa, y que sin importar loque pasase, siempre estaría conmigo.  Yo le creí. Fui tan inocente que le creía. Confié en sus palabras, confié en que todo estaría bien. Quería creer que todo estaría bien.

—Me duele mucho la cabeza —dijo—. ¿Me traerías una píldora?

Besé su mano libre y le sonreí.

—Por supuesto, padre —dijo levantándome y dejando la botella de ron a medio beber sobre la mesa de lectura—. En seguida regreso, y le diré a Sonia que te prepare el baño.

Salí despavorida de la biblioteca, y busqué su píldora. Quería que estuviera bien, que siguiera fuerte. No quería que mi padre, mi roca y mi pilar, se viniera abajo. Como dije, era todo lo que tenía.

Busqué y busqué, pero no encontré la que solía tomar cuando llegaba cansado y agotado del trabajo. Encontré un suplemento. No eran tan buenas, pero mientras pedían que trajeran más, esa serviría. Regresé corriendo a la biblioteca, y alcé el blíster.

—No encontré la que te gusta, pero traje esta.

Mi sonrisa se apagó de inmediato cuando lo encontré parado junto a la ventana, cerca de uno de los libreros, con un arma en la mano. No era la primera vez que veía una. Mi padre solía llevarme con él de cacería. No era un varón, pero disparaba como uno.

—Papá —llamé bajando el blíster—. ¿Papá, qué haces?

Mi padre miraba a la ventana, con el dedo en el gatillo.

—Debes seguir siendo mi niña de buen corazón —susurró—. No dejes que él perfore tu inocencia. Por favor, pequeña, no lo permitas.

Di un paso hacia él y la madera del piso crujió. Él giró la cabeza para verme, y me dijo: tan hermosa como siempre. Mi corazón comenzó a acelerarse. No era bueno que un hombre con licor en la sangre sostuviera un arma. Entré lentamente a la biblioteca. Podía quitarle el arma si llegaba lo bastante cerca para ello.

—Por favor, papá, suelta el arma. Hablemos sobre eso.

Él me miró por encima de su hombro.

—Ya todo esta dicho. Eres suya, para siempre.

Y subiendo el arma, se apuntó a la sien. Yo me detuve de inmediato y él comenzó a girar. No entendía lo que sucedía. Fui por una píldora, no tardé cinco minutos en volver. ¿De dónde sacó el arma? ¿Por qué la tenía en su sien? ¿Qué pensaba hacer con ella?

Cuando las respuestas llegaron a mi cabeza, mi corazón galopó mi pecho y sentí tanto miedo que mis pies no respondieron.

—Papá, no lo hagas —dijo suave, con el corazón golpeando con fuerza y las palmas sudadas—. Siempre hay una solución.

Lo vi. Lo vi derramar lágrimas de sangre por mí.

—No esta vez —susurró con el dedo en el gatillo—. Estamos perdidos, princesa, y tremendamente jodidos.

Tragué. Tragué tan grueso que la saliva me quemó.

—Por favor, papá, por favor —imploré subiendo las manos—. No hagas algo como esto. No me dejes sola. Soy tu niña.

Su torso comenzó a agitarse por el llanto. Lloraba como un niño. Estaba tan perdido que solo quería sostenerlo en mis brazos y decirle que todo estaría bien. Solo quería cuidar de él. El problema fue que mi padre no quería que cuidara de él. Quería descansar.

—Perdóname, por favor, perdóname —dijo cerrando los ojos.

Lo siguiente que escuché y vi, sería algo que jamás olvidaría. Ante mí, como una cámara lenta, lo vi tirar del gatillo, que la bala entrara en su cabeza y saliera por su otra sien. Vi la sangre salpicar la ventana y los lomos de los libros. Lo vi caer al piso en cámara lenta, y la pistola volar de sus manos como un águila.

—¡No! No, papá —grité abalanzándome sobre su cuerpo y subiéndolo a mi pecho—. No por favor, Dios, no por favor.

Aplasté mi mano temblorosa contra sus dos heridas. Para mis adentros pensé que estaría bien, que solo era una herida que podrían curar en el hospital. Para mi mente de niña, solo cerré los ojos y esperé a que él hablase y dijese que era una broma. Esperé con su cuerpo acunado en mi pecho, pero él nunca habló.

Temía abrir los ojos, y cuando lo hice, vi los suyos abiertos y todo mi pecho cubierto con su sangre. Las lágrimas se agolparon en mis ojos y comenzaron a caer sobre la frente de un padre muerto.

—Papá, papá, por favor abre los ojos —imploré acunándolo a mi pecho como si estuviera dormido—. Dime que soy tu niña. Por favor, papá, ¡dime que soy tu niña y que me cuidarás!

Estaba tan enojada, que las lágrimas que derramé eran de odio.

—No te vayas —pedí—. No me dejes sola, papá, te lo imploro

Y ese… Ese solo fue el comienzo de mi calvario y mi ruina, gracias a que el Segador me introdujo en su vida.

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