Mi alma era un pozo sin fondo. Darak había destruido todo lo que yo era, y la rabia que me mantenía viva, incendió todo. No había nada que pudiera hacer para ganarle a Darak. Darak fue como la espada en mi costado, y como el dolor más atroz. No solo se convirtió en la peor persona de mi existencia, sino que se encargó de que cada persona a mi alrededor supiera que solo existía para él.
Una noche, Darak entró en la habitación y me miró. No había lágrimas en mis ojos, pero él pudo leer que estaba abatida. Ya no tenía manera de salir bien librada, y las personas que pensé que estaban de mi lado no fueron más que sus peones. Tendría que aceptar mi destino: ser la marioneta de Darak Savage.
—Mi amor —susurró acercándose y tocando mi mejilla que se endureció a su tacto—. Te he roto y reconstruido, pero mi obra no está completa, necesita un heredero.
Mis ojos se abrieron de par en par. ¿Un hijo? No, imposible. No podía tener un hijo de Darak. Eso sería mi ruina, el fin. Podía usarme como qui