El edredón era suave y cálido. Por primera vez en días, mi cuerpo magullado no sentía el frío ni la humedad. La cama era un lujo que no merecía, pero me obligué a aceptarlo. Mis ojos se abrieron, y la luz de la mañana se filtró por las persianas. Por un momento, olvidé quién era, olvidé mi misión, olvidé la sangre en mis manos, pero luego, mi mente me trajo de vuelta a la realidad. Las heridas en mis muñecas dolían, un recordatorio constante de mi promesa.
Ni siquiera me atrevía a mirarme en el espejo. Debía parecer un esperpento, nada parecido a la mujer que se casó. No imaginaba siquiera lo loco que debía estar Darak en ese momento buscándome. Y aunque sonase loco, me reí por eso. Me reí porque debía estar como loco buscándome y yo levantándome de la cama.
Me levanté de la cama y mi cuerpo se quejó con cada movimiento. Me dolía todo. No recordaba que la noche anterior me doliera tanto como en ese momento cuando solo me estiré. Uff, el dolor era atroz. Me atravesaba como una lanza, y