Entré a la habitación de los huérfanos y los miré durante unos segundos: todos ellos dormían tranquilos. Algunos roncaban con suavidad. Había sido difícil conseguir suficientes camas, pero había podido construir unas literas. Eran bastante rudimentarias, pero funcionales. Aquí, no podía pedir más.

— ¡ARRIBA! — grité dando una palmada en el aire.

Los casi treinta niños, de diferentes edades, comenzaron a despertarse y estirarse.

— ¡MÁS RÁPIDO! Si ésto fuese un ataque, ya estaríais muertos. ¡VAMOS! — les azucé. Enseguida se levantaron y se pusieron en guardia mientras pasaba una lista mental. Me di cuenta que faltaban los dos de siempre.

— Bien. La próxima vez, sed más rápidos. ¿Dónde están Kelly y Kael?

Los niños se miraron dubitativos entre sí y contuve un suspiro: otra vez habían salido de noche.

— Señora, no lo sabemos — les protegió un niño.

Siempre pasaba lo mismo: desaparecían en mitad de la noche y regresaban varias horas después con algún niño rescatado de los