Iris y Hugo regresaron al salón. Mientras se sentaban en la mesa, algunas personas comenzaban a ir a la pista de baile. Hugo no había vuelto a decir nada desde que tomaron asiento. Su expresión era seria, su mirada fija en un punto indeterminado, y la tensión en sus hombros hablaba por sí sola.
Iris, por su parte, intentaba ignorar la incomodidad que la invadía. Jugueteaba con la copa de vino frente a ella, fingiendo desinterés, pero la incertidumbre se instalaba en su pecho. ¿Por qué ese silencio tan cargado?
De pronto, una mujer tomó el micrófono y la música se detuvo.
—¡Atención, atención, damas y caballeros! —anunció con una sonrisa amplia, capturando todas las miradas—. Es hora de la subasta especial de la noche: ¡un baile con algunas de nuestras invitadas más encantadoras!
La multitud estalló en murmullos de emoción, algunos rieron, otros miraron a su alrededor con renovado interés.
Iris sintió una punzada en el estómago. Se obligó a mantener la calma, pero su espalda se tensó d