Un grito desgarró la quietud de la noche justo antes de que sus ojos se abrieran de golpe. Casi sin darse cuenta, llevó una mano a su cuello y la otra a su marca. Solo había sido un sueño… y, aun así, el dolor ardía como si todo hubiera sido real.
Acongojada por sensaciones demasiado reales, se encogió sobre sí misma, dejando que gemidos ahogados escaparan de sus labios.
Dolía como si le arrancaran la piel por jirones. Era el mismo dolor que sintió cuando la ceremonia del lazo lunar se vio interrumpida por el rechazo de Kaelvar.
—¿Estás bien?
Una descarga eléctrica recorrió su brazo, sobresaltándola. Un gemido se le escapó y, sin poder evitarlo, lágrimas empezaron a bajar por sus mejillas.
Alec la había tocado en el brazo y, otra vez, la sensación era como si la plata le quemara la piel. Por eso se apartó de golpe, encogiéndose aún más. Al notar su reacción, él se alejó en silencio, dándose cuenta de su error.
Serethia temblaba mientras se cubría con una manta, abrazándose a sí misma