Serethia parpadeó, saliendo de sus recuerdos por el perfume sofocante de las rosas, que parecían invadir cada rincón de los jardines del palacio.
Antes de Kaira, Kaelvar no había mostrado interés en su cuidado. Pero, al contemplar ahora los jardines, no parecía haber escatimado en gastos para complacer a quien amada.
—Su majestad, el tiempo es impredecible; tal vez sería aconsejable tomar el té en el interior —sugirió Liora, de repente.
Todas las personas en el castillo sabían lo humillante que le resultaba que todos los jardines hubiesen sido remodelados según los gustos de Kaira, cuando se suponía que ella sería la Luna del rey Alfa.
Si las circunstancias fueran diferentes, atendería al consejo de su dama de honor. Pero, para su desgracia, afuera tenía más privacidad que en su habitación.
—Lo has dicho, Liora; el tiempo es impredecible —respondió con calma, restándole importancia a la humillación—. Las rosas siguen siendo hermosas... prefiero quedarme aquí.
—Como guste, su alteza