Capítulo 7: "No veas esto"

Sara intentó acercar sus labios a los de Alessandro, aprovechando la cercanía, pero este la tomó por el rostro y alejó su cara.

—No volveré a ayudarte —le dijo él y le soltó el rostro en un brusco movimiento qué la hizo sostenerse de la mesa.

—No pensé que los lobos huyesen de los conejos —le dijo ella entre risas, pero él salió de la habitación. Se dejó caer sobre la mesa y llevó la mano al pecho para soportar la presión de tenerlo tan cerca. Sentía que si se descuidaba sería devorada por él. No lo pensaba en un sentido abstracto, sino literal. Muchas veces se asomaban los caninos bajo sus labios al hablar.

Le gustaría explorar esos ojos ámbar, pero los solía ocultar tras las gafas a no ser para eventos.

Abrió la puerta tras refrescar y se encontró con el agetreo del exterior. ¿Qué haría para conquistar a Alessandro antes de que se completen los dos meses de viaje? No lo sabía, lo peor serían los juegos que atentan contra su sueño de libertad.

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Sara salió a revisar los corredores del crucero mientras buscaba alguna información sobre el nuevo juego. Esperaba encontrar al menos la sala donde se llevaría a cabo, pero nada. Solo terminó perdida por las salas bajas del barco. Caminaba abaniqueandose con la mano ante el vapor. Sentía las gotas de sudor correr por sus muslos y lo molestas de estas.

Quizo preguntar a alguien como volver, pero era arriesgado. No sabia cómo la trataría o si sería peligroso conversar con los lobos sin ayuda.

Las luces estaban en tonos tenues. Los pasillos eran largos, pero se estrechaban a medida que avanzaba. Habían algunas puertas con números que iban hasta el veinte. Iba a tocar una cuando uno de los pomos se giró y se apartó para esconderse tras una columna.

Una mujer de curvas llamativas y cabello hasta los hombros, rubia y con el maquillaje de sus labios corridos abrió la puerta.

—¿Volverás pronto, verdad? —dijo ella. Una cadena enorme se posaba sobre su cuello. Parecía atada a la pared de la habitación.

"¿Qué demonios es esto?", se preguntó Sara y curbió sus propios labios sin entender mucho. Pensaba que todos los cuartos serian así o quizás solo sea un juego.

Un hombre desconocido salió de la habitación, no reconocía su rostro a pesar de lo curioso de su cabello castaño hasta la cintura sin ataduras. Llevaba el pecho descubierto y su sonrisa ladina dejaba escapar un colmillo brillante.

—No lo sé, preciosa —dijo el hombre y le colocó en el escote un billete de cien euros a la mujer.

—Así puedes volver cuando desees —dijo ella y se acercó a su oído para pronunciar unas palabras que no logro entender—. De esa forma tendrás todo... por fin ya pasado mañana te tendré.

—Pórtate bien en mi ausencia —dijo el hombre a la mujer y acarició sus cabellos, luego la tomó por el cuello y besó con una pasión tan agresiva qué incluso podía ver sus lenguas bailar en sus comisuras.

No podría, no hubiese tenido ese coraje para tratar así a los clientes la joven Sara.

—La llave —le recuerda ella.

—No, te la daré una vez todo termine —le recordó el hombre y se marchó, cerrando la puerta con llave.

Sara no entendía nada de lo que había visto. Tampoco a que se referían con lo de que mañana tendría todo.

Una mano se posó sobre la boca de Sara. Evitaba qué gritase, y de a poco fue perdiendo el conocimiento. Unas manos masculinas la apresaron, pero no eran las de Alessandro y su voz tampoco. No sabía quién había sido.

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Sara despertó amarrada a una silla en medio de una opulente habitación. Le hicieron volver en sí con un cubo de agua fría. Empezó a toser por la sorpresa y de a poco enfocó la mirada hasta toparse con Alessandro delante de ella.

—¿No te cansas de meterte en problemas? —le dijo él a ella. Se levantó de su reposo y caminó hasta Sara. Observó su cuerpo mojado y apartó la vista de su escote. Levantó el cabello de ella y con el control qué podía ejercer con este le hizo mirarlo—. ¡Responde!

—Me perdí... Solo eso —respondió Sara y sentía como su corazón se le quería salir del pecho por el miedo. Los ojos de Alessandro brillaban en ese sobrenatural ámbar y sus colmillos estaban expuestos en su boca. Iba a morir hoy, estaba segura de eso.

—Lo diré una vez más. Si no quieres morir aquí, habla, ¿qué hacías allí abajo? —cuestiona Alessandro una vez más. No entendía bien de donde había salido esa humana con un olor tan adictivo, solo sabía que ella había sido enviada allí para destruirlo a él. ¿Por qué no se deshacia de ella ya? Simplemente no podía, si intentaba tocarla, su cuerpo reaccionaba involuntariamente para protegerla.

—Quería explorar el barco y me perdí, lo juro —contestó ella y Alessandro pudo ver como los labios de la joven temblaban ante la situación. Podía oler su miedo, así que soltó su cabello y liberó sus ataduras. Ella se acarició las muñecas y le miró con miedo.

Sara llevó las manos hacia Alessandro, pero se retractó al ver en el aire como estas temblaban. Cubrió su cuerpo y las imágenes del asalto volvieron a su cabeza. Las de cada hombre que había tocado su cuerpo por dinero, incluso Xiao.

—¿Le tienes miedo a estar amarrada? —le preguntó Alessandro y ella se quedó en silencio.

Podría sobrellevarlo, podría ocultarlo, pero vio una pequeña guardia baja en él y dejó por un momento salir sus emociones sin reprimirlas. No debió hacerlo, no debió procesarlo.

—Estoy... bien —susurró ella y trató de respirar profundo.

—Tch... —rechistó Alessandro y curbió los hombros de Sara con su propia chaqueta—. Deberías ir más abrigada.

Ella quería hablar, decir que no tenía mucha más ropa. Debía ponerse lo que le pedía la vida.

—Sí, supongo —respondió Sara.

—No me agradan las mujeres que visten tan provocativo sin desearlo —le contestó él y luego le dejó un teléfono.

—¿Qué quieres que haga? —dijo ella y miró el teléfono. No tenía señal.

—Podrás realizar llamadas al único número ahí, se harán por una aplicación especial. Sin embargo, si deseas confesar algo, hazlo en videos por ahí, luego huye y te ayudaremos a escapar si deseas salir de bajo el control de quien te obliga a estar aquí —comentó él, pero Sara sabía bien que no tenía salida. No por ella, sino por Andrea. Si dejaba que Alessandro sospechase algo, entonces ella perdía a su hermanita. No deseaba que pasase por lo que ella. Le deseaba una mejor vida.

—Solo vine porque quería jugar contra ti, el rey de las apuestas. Amo los juegos, Alessandro D’amont —le comentó Sara y se levantó de la silla, trataba se sonar más confiada.

—¿Tanto que te colaste en un barco lleno de lobos siendo la única humana? —le comentó él con una voz gelida como el hielo, pero con notorio escepticismo.

—Sí, porque te admiro —le respondió Sara y tras un ataque de valor, se levantó en la punta de sus pies parándose en la silla. Colocó la mano en la mejilla de él y se divirtió jugando con el cabello que rozaba sus dedos.

Él la sostuvo por la cintura y trató de apartarla, sin embargo, le era difícil soltar a la joven. Cara pequeño pedazo de su cuerpo le quitaba que saboreara su piel con la lengua. Ella había descubierto una gran debilidad de él; no podía apartarla, le era imposible.

—Solo hazlo... —susurró Sara y rozó sus labios con los de Alessandro.

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