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Capítulo 5: "Caruse, no apta para humanos"

Sara respiró profundo y mantuvo su sonrisa. Por dentro el pecho le dolía de lo acelerado qué se puso su corazón y las manos le temblaban.

"Joder, menos mal que usan los trucos que usaban en el casino que trabajaba", pensó y tomó otra copa para celebrarlo.

Ya tenía cien mil dólares en su bolsillo. Aun así no era suficiente para pagar la deuda.

Buscó a Alessandro con la mirada, pero este ya no estaba en su lugar. Había desaparecido.

—Fue una jugada arriesgada —le dijo él desde la espalda. Ahora estaba interesado en ese pequeño conejo con garras de tigre. No esperó que ella sobreviviese a la primera ronda.

—Tampoco esperé que no cayeras en mi trampa —respondió Sara con una sonrisa—. Como hicieron la mayoría que les dije que me dijiste que apostase al dos.

—¿Quién eres? —dijo Alessandro sin rodeos y la tomó del brazo sin cuidado—. No perteneces aquí y tampoco deberías estar.

—Lo siento por ti. No, no lo siento, simplemente quiero divertirme, señor D'amont —dijo Sara sin miedo y se acercó a su oído para susurrar esas palabras.

—¡Alessandro! —dijo un hombre que se acercó a ellos con una amplia sonrisa. Su cabello rubio hacia bucles divertidos y brillantes en su cabeza y los ojos azules iluminaban la sala—. ¡Felicidades por ganar la primera ronda!

—Fue suerte —dijo Alessandro.

—Todos sabemos que no —respondió y luego miró a Sara—. A usted también, señorita. Muy lista la dama misteriosa.

—¿Dama misteriosa? —preguntó Sara y el desconocido tomó su mano para dejar un beso en el dorso.

—¿No me diga que no lo sabe? Todos aquí desean sabo... —sus palabras fueron interrumpidas por la mirada helada de Alessandro—. Mis disculpas, solo le diré que resalta entre todos, mi querida dama.

—Deberías marcharte, Cyro —dijo Alessandro a su conocido.

Este se despidió de ambos y se marchó, no sin antes dedicarle una mirada a Sara como si quisiera devorarla.

—Deberías ir a dormir —dijo Alessandro.

—La noche es joven y el barco a penas zarpó —dijo Sara y miró a la rubia que parecía querer arrancarle la cara—. Deberíamos celebrar esta victoria. Los demás parece que beberan un poco más y apreciaran el ballet que va a empezar en el escenario.

—Tú no perteneces aquí. No me vas a engañar —dijo Alessandro.

—Ya lo veremos, tramposo —le dijo ella y se alejó sin dejarle responder. No hubo otra palabra, solo distancia.

Sara esperaba a ver si alguien se le acercaba, pero no, nadie quería hablar con ella. Parecían evitarla y por obvias razones. Un alfa tenía la mirada sobre ella y no cualquiera, sino el dueño de la propiedad donde ahora estaban en alamar. El alfa de la manada Verlice.

Tomó una copa, luego otra y otra. No le hacía rápido efecto el alcohol. Pero ya eran demasiadas. Decidió salir al pequeño balcón en soledad y se recostó a la baranda dejando que su cabello rojo ondease junto al aire. Miró la oscuridad y sintió que el mar daba miedo, demasiado.

La luna a penas llegaba a un cuarto de su tamaño. Solo le tenía miedo a que sería de ella en un casino lleno de personas descontroladas cuando estuviese llena.

—¿Cómo estarás? —susurró al viento y se palpó la herida en su espalda que aun le resultaba sencible a pesar de los días.

Sintió su cuerpo mareado y atraído por la luna. Deseaba tocarla y estira las manos tan alto como pudiese en un desliz sin entender por que reacciona así. Sin embargo, es sostenida de la cintura por Alessandro.

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cuánto ella se había quedado varada en la nada?

—Ya todos se fueron —dijo él y Sara reaccionó.

—Suéltame —gritó y se apartó a una esquina—. No, esto... Perdón, estaba ida...

—Has bebido demasiado —dijo él a la joven que a penas conocía.

—Voy a mi habitación —dijo Sara y notó que las piernas le fallaban.

—¿No aguantas el Caruse? —dijo Alessandro.

—¿Qué es eso? —cuestionó ella y fue atrapada en sus brazos.

—Una bebida para lobos, es suave en nosotros pero a los humanos los deja inconscientes y alucinando. Es un milagro que estés de pie... ¿Eres humana, no? —dijo Alessandro en su oído como un secreto.

—¡No, yo soy un lobo! —dijo Sara y lo apartó.

—¿A Así? Entonces enséñame tus garras y tus colmillos, pequeño conejo... —dijo él con un rostro serio como la misma noche.

—No tengo que probarte nada —respondió Sara.

—Huye de aquí. Si saben que hay una humana a bordo no saldrás viva... —las palabras de Alessandro sonaron como una amenaza y más cuando avanzó a paso firme hasta acorralarla contra la baranda. Se inclinó y rozó con su nariz el cuello de Sara para sentir su aroma—. Te van a comer.

Ella sintió como los colmillos de Alessandro crecían en su boca y ahora rozaban su hombro. Sara dejó salir un jadeo entrecortado por esa sensación. Fue miedo, pero también un creciente placer ante la imagen que tenia en frente.

Las manos de Alessandro le rodearon en su pequeña cintura y su cuerpo le curbió toda la vista.

Él se puso en una situación muy peligrosa. Su cuerpo pedía acapararla, no dejarla escapar y hacerla suya. No podía, no quería rebajarse a tocar una humana. Menos una qué a su entender, era una trampa y porpiedad de cualquiera.

—Suéltame —susurró Sara en un atisbo de luz.

Las manos de Alessandro empezaron a bajar por las caderas de Sara hasta detenerse en el borde de su vestido y jugar en este con los dedos. Se contenía de llegar a su piel desnuda.

Sara cerró los ojos con miedo. Vino a esto, debía hacerlo y él no era para nada poco atractivo. Aún así, el miedo le cerró la garganta ante esa bestia.

—¡Alessandro! —lo reclamó la dama de rubio dentro de las instalaciones.

Sara abrió los ojos ante esas palabras y cuando lo hizo, Alessandro D’amont ya no estaba.

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